jueves, 19 de marzo de 2009

Postrimerías de lo inevitable


Cuando acabe la función

Las gotas del crepúsculo han dejado de palpitar tras la colina. Las intensas llamaradas de llanto y desesperación aun pululan en derredores. En medio del salvaje festín de voces y sudor, se puede sentir las gravitaciones de una y otra cosa. A cada instante se producen jolgorios de tardes perdidas y viernes por la noche. Se producen palmazos de desconocidos y jadeos pusilánimes. Y las dudas no cejan ni me dan tregua.

Se ha roto el cristal del escondite al que solía recurrir, se ha quebrado en muchos pedacitos y casi no puedo hallar ninguno. Al mismo tiempo he dejado de percibir la luz de las estrellas polares que jugaban al canto de los grillos. Y los minutos transcurridos y las mareas que mojaban mis talones, van cediendo al enorme espacio de la nada... De la nada sigue emergiendo el hedor que atiborra cada mano que tengo y me hace torpe frente a lo sucedido.

Intento construir el templo donde sentarme a observar mi creación, pero hay alguien más allí. No me deja entrar y me dice que ya hay un dios imberbe de miles de años, que seguirá controlando los destinos simples de cada organismo vapuleado.

Sigo intentando refugiarme, quizás debajo del sombrero del granjero hirsuto o quizás debajo de las faldas de las niñas dulces y frenéticas. Busco en medio de las cándidas sonrisas, de las cínicas miradas que siguen mis huellas. Revuelvo los vestidos cortos y obscenos de las mujeres que han sobrevivido a mis emociones y por algún motivo extraño, no encuentro nada.

La nada sigue en mí –ya no sé si eso sea posible- y me retuerce con facilidad, me llena de vacíos y me constriñe a situaciones hostiles, mermando mi voluntad y mis deseos. Solo importan sus deseos. Los deseos de alguien inexistente. De alguien que cada noche y tras el crepúsculo de la colina, sigue danzando para mí. Me lo sigo creando y me lo sigo creyendo. Los jolgorios y las tardes de los viernes perdidos siguen siendo el marco excepcional de orgías y noches paganas, de frenesís y extravíos. Siguen llenando mi almohada sucia y mis historias que ya no quiero contar.

Ni yo creo seguir la ilación de mis cavilaciones. Pero puedo sentir que siguen desprendiéndose en cada suspiro, en cada latido y en cada palabra arrojada a las fauces de los lobos que dicen entenderme. Sin embargo poco importa los caminos que deba seguir. Es cierto, aun no hallo el motivo de mis días, pero quiero dejar constancia de mi paso por lo efímero. Quiero justificar lo recibido y retribuir mil ecos de silencio que ahora mismo, siguen ahogándose en alguna parte del lado izquierdo, aquí sobre mi pecho.

Solo dejaré de cantar estridencias cuando el llanto me abandone y cuando los palmazos desconocidos y los jadeos cansados se pierdan a lo lejos, por entre las luces del final del camino y el principio de un nuevo vacío envolvente. Solo dejaré de seguir a la luna cuando ésta ya no quiera verme y cuando las nubes que siguen llorando por mi, cierren sus parpados y busquen otro consuelo. Solo cuando la brisa de otoño caiga en otra dirección y solo cuando el gatillo por fin se suelte. Solo diré gracias cuando haya que decirlo y cuando la función haya terminado. No antes. Que quede claro.

Las viejas calles


Como cada noche...

…Las viejas calles -del mismo barrio- acompañan recuerdo tras recuerdo de las tantas noches que a solas y en silencio solía perderme…

Esquinas repletas de nombres perdidos y botes de basura desafiantes, en medio de perros harapientos y vestigios de razón. Faros a media luz y veredas cercenadas. Aullidos espasmódicos que reflejan lo decadente del porvenir. ¡Allí en medio de los charcos viscosos surge una flor maloliente que llama nuestra atención!

Bordes desbordados de las largas avenidas que ofertan carne descompuesta y caricias a precio módico. Lunas de cuarto menguante que se caen de a pocos en medio de las procesiones falsas y tumultuosas. Rugidos famélicos se dejan oír en cada cruce de calles…

Miradas sórdidas y palabras incompletas van construyendo el marco casi perfecto de la madrugada seductora. Gordas y viejas, arrastran sus penas y los años que deben seguir este suplicio. Las manos que se mueven cual reflejo de luz, ya te han despojado de tu intimidad y tu inocencia. ¿Lo notaste?

Los viernes salvajes y los sábados peores se entrelazan en nuestras retinas como fotos secuenciales. Cada uno guarda misterios gozosos y hasta gloriosos, pero jamás uno solo piadoso.

Mientras me prendo otro cigarrillo y apuro la vista, sigue pasando a través de mis cabellos, los intensos aires provocados por los cardúmenes vandálicos que atizan el hedor exquisito de un detalle más para esta historia que se embriaga con el aliento de las amantes frívolas que esperan a por mi.

…Noches paganas, madrugadas malsanas, mañanas incesantes, tardes estúpidas y de vuelta al inicio. Vicios perturbadores y esquinas infestadas de cuervos nefastos que pretenden atemorizarme. No lo lograrán. Sin embargo, las ideas se van diluyendo cuando solo puedo ver el cuerpo sinuoso de algún ser extraño de estas orbes.

Calles tan llena de botellas rotas y manos cortadas, de rostros fieros y verdades compradas. Tan vacías de esperanza y color chispeante. Así son los barrios de barro que componen los tórridos romances y las semblanzas desdibujadas en mis secretos. Ahora, ya no muy secretos.

Y así paso los días, entre casa de basurales y fantasmas de color gris. Enfurecidos y alucinados, trágicos y melancólicos, solo salen de noche y nunca al mediodía. Ni son villanos ni superhéroes, son habitantes condenados de este pedazo de nada, de este trozo de algo que se descompone y hiede a desolación.

Escapo y regreso y todo sigue allí como siempre. Me esperan y saben que también yo soy parte de lo inmundo y corrosivo. Sin cantos aurorales ni diatribas justificadas van sucediéndose las esquinas y los faroles ahumados. Las señoras prejuiciosas nunca dejarán de mirarme o de seguirme a cada lugar. Ellas también son parte de este lugar abandonado por la cordura.

Aquí en silencio y a solas, recuerdo estas calles viejas y corroídas, donde tantas veces me perdí…