¡Si, maldito seas! ¡Mil veces maldito! ¿Acaso debería decir algo más? Pues no hay palabra alguna que logre dibujar mi espanto vomitivo. No habrá –ni ahora ni nunca- consuelo ni sombra para cobijarse. No hay más pasos por dar ni más respuestas por esperar. El reloj ha dejado de andar…
Cierro los ojos y no veo más que umbrales de dolor. Abro los ojos y la pesadilla ha sido perpetrada. Se ha escapado de los marcos del sueño tonto, se ha escapado y se ha metido entre mis manos y ha conseguido destruirlo todo. Todo. Todo. Todo…
¿Acaso debo huir de mis manos ahora? ¿Acaso debo cortar mis piernas y esperar sentado a que venga la negra nube de cenizas a que desgarre mi piel? Sinceramente quisiera cubrirme el rostro y sentarme debajo de la misma cama de siempre. Allí quizás no tenga miedo o quizás el miedo me encuentre allí desnudo y estúpido, se burle de mí y me envuelva una vez más.
En verdad no quiero salir más a ver el sol. Me quema. En verdad no quiero saber que sucede tras la puerta. Tan solo espero a que la última gota de sangre termine de abandonarme para emprender la retirada hacia campos inhóspitos y relajados. Es todo lo que deseo. Es todo cuanto añoro.
Quisiera gritar pero tengo los labios cosidos con cuerdas de alambre. Quiero llorar. ¡Si, quiero llorar!, pero no puedo, ya no tengo lágrimas. Quiero escapar, pero no debo sentirme cobarde. Quiero volar o volarme… Quiero soñar y creer que aún hay más sueños. Quiero que hoy acabe pronto.
Nadie podrá escucharme más, nadie podrá abrazarme más. Nadie podrá verme más. Ni familias felices, ni el perro en la entrada de la casa, ni la puerta de madera acogedora, ni los postres a las seis de la tarde, ni la comida caliente, ni los llantos consolados volverán a repetirse. Todo acabó.
“Yo no fui”. ¿Sirve de algo decir esto ahora? Creo que ya no. Si antes nadie creyó en mi, ¿por qué deberían hacerlo ahora? Pero dentro de mí, solo hay espacio para más oscuridad prolongada. “Yo no fui”, eso solo lo sé yo.