
¡Al fin de la batalla!
Aquella mañana sabia que seria el inicio de algo distinto. El sol había salido muy temprano y brillaba con mas fuerza, quizás presagiando lo que se venia. Así fue el comienzo. No tuvimos miedo, cogimos nuestras espadas y nuestras flechas. Nos miramos y nos juntamos. Primero fuimos diez, luego cien y hasta mil. Cuando levanté la mirada solo veía muchedumbres con rostros fulminantes y llenos de esperanzas.
Nos abrazamos quienes pudimos. Nos sujetamos muy bien las botas y las faldas y los cascos. Había quienes miraban al cielo y se encomendaban a los dioses de la eternidad. Así fue. Y marchamos con pies firmes al lugar de la batalla, marchamos con la premura del vencedor y con los puños cerrados.
Recorrimos tantas montañas y tantos valles y a nuestro paso solo veíamos polvos y gotas de rocío. Esta batalla era necesaria y todos los sabíamos. De esta contienda dependía del futuro del planeta. Seriamos nosotros, contra los gigantes amorfos del Valle Oscuro y tenebroso. Seriamos nosotros los centinelas que cuidaríamos la libertad y el progreso de nuestra raza. No podíamos vacilar, no podíamos retroceder.
Recuerdo el sudor frío que recorría mis entrañas. Recuerdo los susurros silenciosos de los miles de combatientes. Recuerdo sus ojos y sus dientes apretados. Recuerdo sus sonrisas y sus jadeos. Recuerdo con claridad la tenacidad de sus movimientos y las consignas que venían de adelante. Las arengas llenas de amor, llenas de pasión, llenas de vida, llena de todos nosotros. ¡Vencer o morir!
Ya casi llegábamos al lugar pactado para la lucha. Confieso que un tibio temor se apoderaba de mi respiración y casi no me dejaba pensar con rapidez, pero ya no había más vueltas que darle al asunto. Teníamos al frente al enemigo. Bien armado. Escuadrones oscuros y siniestros. Banderas inflamadas y lanzas certeras iban al frente.
Fue en ese momento cuando empezaron a sonar los tambores de guerra. Los brazos se agitaban y los corazones salían de nuestros pechos. Era el destino que nos ponía esta prueba. Nadie mas volvería a ser el mismo y quienes sobreviviríamos contaríamos a todos las proezas y hazañas de aquel día.
La suerte estaba echada y nos enfrascamos en intensos momentos de peleas. La sangre ya se dejaba ver por la llanura y las lanzas atravesaban los cuerpos valientes de quienes preferían la gloria a lo funesto de las sombras. Fueron horas eternas. Fueron instantes de dolor. Fueron palpitaciones de gritos y golpes. Fueron los momentos más largos de nuestras vidas, quien bien valía ser vividos.
Al caer la tarde, yacían los cuerpos de ambos bandos. Yacían los ríos de sangres que manchaban las flores del campo y ninguno se atrevió a pronunciar palabra alguna. Hasta que de pronto, desde el fondo de las filas, desde el fondo de la respiración gritó con locura. Dio uno y mil gritos más. Nadie lo pudo parar. Saltaba y danzaba con crudos movimientos. Sus ojos parecían salirse de su rostro y abrazaba a quien estuviera a su lado. Todos gritamos con él. Caímos al suelo de rodillas y nos bañamos con la lluvia que nos premiaba por aquella jornada. El mundo había cambiado, las sombras cedían ante la verdad y el Valle Oscuro se esfumaba frente a nuestros alientos. Habíamos ganado la batalla…

