El final del camino
…Y he logrado abrir los ojos. Y lo he logrado luego de tanto y tanto esfuerzo. Con las ganas que me pesan, con las mismas ganas con las que veo caminar los segundos. Con las mismas ganas desganadas y taciturnas que merodean cerca…
Y me he llevado las manos al rostro. He removido todo de principio hasta casi el final. Casi.
He notado los brotes de nostalgia que hoy se han esparcido con más fuerza entre mis mejillas. Mis dedos han sentido las llagas supurantes de pesadillas pasadas y lastres latentes. He cogido mis brazos y el resto de mi cuerpo para poder armarlo en pos de una nueva andadura en las mismas calles grises de siempre, o de casi siempre.
Ya con los huesos pegados y la piel revuelta sigo los pasos que ya he dejado marcado anoche. Pero aún es temprano, muy de madrugada y no tengo más sueño. Sigo los pasos que me llevan en direcciones diversas y siento el latir de mis impulsos que se exaltan al ver pasar el aire que juega… Que juega con los cabellos de las niñas transparentes y dulces, que juega con las ilusiones ilusas de quienes tratan de verse en algún charco. De verse lindos y buenos.
Por cada paso que doy, recibo dos golpes casuales de los codos de quienes andan apurados como escapando de los miedos en casa. Por cada esquina que logro cruzar recibo de tres a cinco empujones de quienes viven en sobresalto por los constantes vaivenes de quien sabe qué. Pero no importa, debo seguir el camino que me lleve lejos de aquí. Muy, muy lejos.
Pero recuerdo que debo comprar ciertas cosas. Reviso en los bolsillos imaginarios que llevo en la ropa y solo hallo un imperdible que había extraviado y un cigarrillo roto de hace dos semanas. Sigo buscando y encuentro algunos besos ya marchitos y dos confesiones incompletas. ¡Al fin encuentro las monedas necesarias!
Necesito un poco de paciencia y algo más de esperanza. Quizá un cuarto de abrazos, medio kilo de consuelos y un poco más de momentos felices. También debo llevar muchas, pero muchas respuestas. Las necesarias para aliviar mi hambre de años pasados.
Pero por aquí me miran de manera extraña. He sentido que alguien se ríe de mí cuando digo palabra alguna. He sentido que dos tipos hablan en voz baja señalándome. He sentido el barullo hipócrita de quienes me miran y no me ven. He sentido sus voces lejanas sobre mis hombros y me ha pesado. He sentido sus rasguños venenosos y la indiferencia que no perdona.
Sin esperar a que suceda algo más, he salido de ahí corriendo. He corrido sin parar y sin detenerme a secar mis lágrimas, ya no me importan. He corrido mucho, despavorido. He corrido en silencio, no me he detenido… ¡Tengo miedo! Lo grito en mí, no quiero que nadie más lo sepa. Intenté abrir más los ojos y casi los pierdo. He intentado recoger mis miedos y sacudirlos hasta perderlos. He intentado alcanzar los pasos del resto que aquí moran, pero no he podido.
Ya casi logro llegar al final del camino, donde todo acaba. Donde empieza el vacío abrasador. Donde no habrá que dar más pasos ni recoger más huesos. Donde no habrá más empujones ni más tristezas. Donde no habrá ni mañanas congeladas ni noches a solas, ni llantos debajo de la cama ni puertas cerradas. No habrá ni dolor ni susurros. Ni cantos a media voz ni estridencias oscuras… por fin estaré donde debo estar. Si no soy de aquí, cuando alcance el final del camino podré ver a quienes respiran como yo y quienes pueden volar hasta el sol. Allí pertenezco, hasta allá voy…
