jueves, 25 de diciembre de 2008

Dialéctica de un viaje a lo desconocido

...Este era un pajarillo extraño y taciturno, de plumaje descolorido, sin atractivo alguno. Al menos así se veía reflejado cada vez que se miraba en los charcos empozados al pie de algún roble que le podía servir de casa por las noches.

Ciertamente, podríamos decir que, lo rutinario de sus días y el gris del cielo hacían mella en sus ánimos y apagaban sus ganas de volar junto al resto de la bandada, de volar por encima de las copas robustas y llegar hasta las nubes encantadas cerca, muy cerca de las estrellas. Pero bueno, así eran sus días.

Entre lluvias y relámpagos, entre frías mañanas y atardeceres melancólicos, entre las hojas de abril y el susurro de agosto, transcurrían sus pasos débiles, con sus patitas frágiles y temerosas. Casi no se asomaba para ver el día. Permanecía quieto, erguido, meditabundo y con la mirada a punto de caer al suelo. No había mayor preocupación para esta ave que salir a buscar el alimento cada vez que se acordaba, sin siquiera preocuparse por los predadores, que sinceramente le importaban muy poco.

Al caer la noche, la situación no cambiaba mucho, salvo el coro de grillos y los silbidos de vecinos nocturnos, la oscuridad no le perturbaba. Días hechos años y días interminables, eran el marco del andar de este pequeño ser que levantaba los ojos en busca de algo que no sabía que era. Dentro de las plumas que lo protegían no había más que heridas gélidas y cicatrices sin sanar. Hasta que un buen día, algo cambió en la vida de nuestro pajarillo taciturno.

Los primeros rayos del sol se asomaban y la mañana anunciaba sus primeros brillos. Todo el bosque se levantaba en un sonoro bostezo general. Los árboles sacudían sus ramas, las ardillas salían de sus covachas y los trinos adornaban el alba. Sin duda se trataba de un día más para el pajarillo sin color, si no fuera porque aquella mañana, de un día cualquiera en un año cualquiera, un canto distinto se oyó entre el follaje del verdor extenso. Un canto dulce, suave, melodioso, pero extraño.

Nuestro pequeño amigo quedó encandilado con aquella melodía. Pero ¿quién cantaría de tal forma?, ¿de donde provenía esa melodía?, ¿era algún animalito del bosque o es que el cielo abrió sus puertas y de allí provino tal sonido? El pajarillo apuró los pasos y se asomó por entre las hojas húmedas, sacudió las plumas y divisó en todas las direcciones. No halló nada.

A partir de aquella mañana, la vida de esta avecita opaca fue cambiando. Se levantaba muy temprano en busca de aquel canto dulce y cuando podía escucharlo, sentía que su pequeño corazón se agitaba y crecía de manera desmedida. Cada vez se dibujaba con más fuerza, una gran sonrisa en su pico y sus ojitos brillaban como las riberas de los riachuelos donde solía bañarse (¡y pensar que antes no tenía interés ni en bañarse!).

Hasta que una de aquellas mañanas decidió salir en busca de aquel canto. Se armó de valor y se dispuso a buscar aquello que motivaba sus días y sus noches. Pero, no sabía por donde partir ni a donde ir. Este pequeñín nunca había ido más allá de lo que podía ver. Jamás se había atrevido a dejar los límites del bosque verde y generoso, aún así, prosiguió con su cometido.

En el camino, se encontró con antiguos amigos a los cuales no veía hace mucho.

-¡Eh!, amigo…sí, tú el de las plumas sin colores, ¿a dónde vas?- Le preguntó una liebre por allí pasaba.
-Pues en busca de un canto que me ha encantado y seguramente al encontrarlo, mis plumitas se tornarán de muchos colores. Lo sé- Respondió firme y contento.
- ¡Vaya historia!, ¿en serio crees que si vas en busca de eso que tú dices, tendrás muchos colores en tu plumaje?
-¡Sí!
- Debes tener cuidado. Te lo dice una vieja liebre que ha viajado por muchos lugares y ha visto muchas cosas. Pequeños como tú que dejan el nido en busca de un encanto y al final nunca lo encuentran. Eso es duro- Dijo con voz sentenciosa, la liebre.
-Eeee pues este no será mi caso. Fíjate, me he pasado casi toda mi vida envuelto en mis miedos, atrapado en mis inseguridades y ahogándome entre las nostalgias del querer y no poder hacer…
-¡Vaya, vaya! –Interrumpió la liebre- Si que eres firme. Bueno pequeñín, pues adelante y vuelve pronto.

Allí quedó la breve charla y nuestro amigo prosiguió su camino. Solo pensaba en como sería aquella voz. ¿A quién pertenecería? ¿Quién podría ser capaz de arrancarle de su nido y llevarle por lugares inimaginables?

Durante el trayecto recordaba todas las veces que había escuchado tal canto. Recordaba las mañanas, las tardes y las noches en que en su mente conversaba con tal dulce voz. Recordaba las situaciones y cosas que se había imaginado y hasta podía jurar que en sueños se le aparecía quien el ser que poseía tal encanto. Una dulce pajarita exótica, de largas plumas multicolor y espléndida figura. Con una tierna mirada y con respuestas exactas. Con movimientos radiantes y delicadeza al andar. Casi, casi un ser fuera de este mundo. ¡Vaya imaginación! Pero es que así la dibujaba en su mente y así la quería ver…

En tanto, el viaje se tornó largo, casi no había cuando llegar. En el transcurso pudo conocer a otras especies que se le acercaban y le invitaban a pasar la noche en sus nidos, covachas, madrigueras, agujeros, ramas, charcos, etc.

Cada cosa que conocía nuestro joven amigo, era nuevo para y siempre quedaba maravillado. Se preguntaba como es que no había visto nada de esto antes. Sus ojos crecían mucho casi de desorbitaban cuando aparecían frente a él, animalillos raros, que trinaban, croaban, graznaban, etc.

Y así queridos lectores, los días y las noches pasaron. Vino la luna de verano y las cigarras empezaron a pulular entre las hojas secas. Las provisiones de las que disponía el pajarillo se agotaban con rapidez y si no fuera por la solidaridad de los buenos habitantes del bosque, no habría sido posible legar a su destino.

Luego de largas jornadas de viaje, caminando o volando, dormitando donde le atrape la noche, por fin pudo divisar un lugar extraño, diferente al resto del bosque. Supo entonces que había sobrepasado los límites de los frondosos árboles y que se hallaba en tierras nuevas y lejanas, al sur y muy al sur.

Algo en su corazón le decía que era aquí donde habitaba su amada sin rostro, a la que conocería en poco tiempo. Descendió a tierra firme y se echó a andar preguntando a quien veía en el camino si conocía del canto bello que traspasaba fronteras. Nadie le daba respuesta alguna.

Hasta que de tanto caminar se topó otro pajarillo con extravagantes plumas algunas rojas y otras negras, que ya conocía a nuestro amigo de otra época.

-¡Eh! ¿Me recuerdas?, no conocimos en el verano pasado cuando volé hasta las tierras que están detrás de las montañas y nos conocimos.
-Claro que si amigo. Respondió un tanto cansado nuestro pajarillo.
-¿Qué te trae por aquí?
-Pues, una dulce voz que me atrapado y que tengo que encontrarlo, porque la he visto en sueños y sé que le devolverá el color a mis plumas.
-¿Y cómo es esa voz de la que hablas?
-Dulce como la miel de primavera, suave y melodiosa. Graciosa y encantadora. Suspiró el pequeñín.
-Mmmm, creo que saber a quien te refieres, pero es mejor que la olvides, no la busques más.
-¿Qué? ¿Por qué dices tal cosa?- Preguntó extrañado.
-Pues porque muchos han venido antes a buscarla, algunos la han encontrado y no les ha ido nada bien. Ella es como un canto de sirena, te atrapa y te envuelve y luego no puedes salir. Y tú amigo, eres muy pequeñín, con seguridad, sufrirás mucho.
-No sé porqué dices eso, pero no te creo, de todos modos quiero conocerla.
- Bueno, si así lo quieres, yo te puedo llevar hasta ella. La conozco. Pero que conste que te advertí…

Recorrieron algunas horas el nuevo paraje hasta llegar al nido donde pasarían la noche. Y fue allí donde se dio lo que tanto esperaba el personaje de nuestra historia. Aquel día, antes que oscurezca, llegó hasta ese pequeño nido, la voz dulce y suave que tanto había escuchado. Se encontraba de espaldas cuando llegó y al volver la mirada pudo verla. No podía creerlo, era tal como se la había imaginado. Si existía. No estaba loco. Era frágil, pequeña, graciosa, linda y encantadora…

No supo que hace el pobre pajarillo, solo atinó a abrazarla torpemente, sin preguntar nada antes. Claro que la dueña de la voz dulce, que también era una pajarita, respondió al abrazo inesperado con una sonrisa y la mirada esquiva.

-¡Que bueno que estés aquí!, te esperaba- Le dijo con voz baja.

El pajarillo descolorido no supo que decir y solo sintió que una sombra roja cubría sus mejillas.

Todo resultaba extraño. Había la sensación de esto no era nada nuevo, que ya se conocían de antes. Que el viaje largo y extenuante no había valido la pena en realidad. Se sintió confundido. Pero no dijo nada. ¿Qué podría decir?

Desde aquel momento todo transcurrió muy rápido. Las palabras sobraron y las miradas también. Y en medio de aquel ambiente incoherente, la avecilla multicolor invitó a nuestro pequeñín contrariado a pasar unos días y ver el hermoso paisaje de aquel lugar…desde su nido. ¡Estaba invitándolo a pasar las noches y los días junto a ella!

¿Qué creen que dijo nuestro amigo grisáceo? Pues nada, solo movió la cabeza en señal de afirmación.

Cogió sus pequeñas cosas y se marchó con ella. "Una completa extraña a quien conocía de toda la vida", al menos eso pensaba el pajarillo. No preguntó nada y emprendió el vuelo hasta donde ella lo llevaría.

Al llegar al nuevo nido, el pajarillo seguía un tanto pasmado por todo cuanto sucedía. No se atrevía a preguntarle nada. Solo permanecía en silencio...

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