viernes, 30 de enero de 2009

Ya no quiero esconderme


Cuando vuelvas a verme...


Ya no quiero esconderme. Ya no volveré a taparme los ojos ni me verás de espaldas. Nunca más pediré perdón, ni a ti ni a nadie. Coge lo necesario. Aprieta tus dedos y consigue lacerar mis sentidos un poco más. Sabes como hacerlo. ¡No te pediré más nada! ¡Escúchame bien! Termina lo que has iniciado. Hoy quiero sufrir contigo.

Arranca la furia contenida en las orbitas estelares de tu inconciencia. Lanza las diatribas estentóreas fulminantes. Lanza los dardos ponzoñosos y llena mis ojos del virus infecto-contagioso que contienes en tus entrañas –si las tienes- y deja ya de mirar a todos lados. No ves que estoy aquí. Destruye todo cuanto veas. No permitas que quede un solo gramo de esperanza incólume y asegúrate de esparcir el miedo por si alguien se atreve venir a ayudarme.

No te preocupes en bajar la voz, ya todos se han ido y no hay porque ocultar los golpes que tanto te gustan y que ya no me son extrañas. Has conseguido que disfrute del dolor y que enferme hasta reventar. Has conseguido que cierre mis labios con agujas muy gruesas. Has conseguido que día por día me corte un poco de piel. ¿Ves estas marcas? Son obra tuya, siente feliz por ello. Yo lo soy.

Grita con más firmeza. Aquí junto a mis latidos debe quedar algo de vida. Ni tú ni yo queremos que las cosas queden así. Aprieta, aprieta más. Aprieta más. Siento que el aire aún puede pasar a través de mi garganta. Quisiera ayudarte, pero ves que no tengo manos. Una me la quitaste tú y la otra tuve que dejarla porque ya no me servía.

Vuelve tortuoso este momento. Sé que puedes dar más de ti. Créeme que no diré nada. De estoy seguro. Nadie me creería. Nadie nunca me ha creído. Han pasado tantos miles de momentos los cuales solo he podido pegar junto a mis figuritas de cuerpos destrozados sacados de algún diario barato. Tú solo ocúpate de borrar toda huella de violencia del suelo, más no de mi cuerpo.

¡Desaparece este olor que llevo impregnado! Saca de mi lo peor que puedas hallar. Hazme daño, mucho daño. No quiero un solo segundo más de tranquilidad. Graba esto en aquella vieja cámara y luego déjala dentro de un sobre para que todos puedan verla. Pero no salgas sin antes dibujar una sonrisa irónica en mi rostro con la misma sangre que pueda emanar tras esta dura jornada.

Cuando ya hayas acabado con todo solo pon los restos en las bolsas negras que traje para ti y abrázame fuerte. Despídete de mí y dime cuanto me quieres. No te lleves nada de este lugar, las manchas podrían delatarte. Solo deja que el tiempo haga su trabajo y olvida lo que sucedió. Creo que eso es todo por ahora, mañana cuando vuelvas te pediré un poco más.

jueves, 29 de enero de 2009

Miedo, miedo, miedo.


¿Aún tienes miedo?


Miedo, miedo, miedo. Corres con prisa hacia tu habitación, saltas sobre la cama y rompes en llanto. Te cubres con lo primero que encuentras y esperas a que todo pase. Cuentas las horas y sientes que todo se desploma sobre ti sin remedio.

Miedo, miedo, miedo. Levantas la mirada a ver si ya pasó el frío temporal y tratas de reponerte. Tras unos pequeños segundos, no puedes hallar el motivo del susto, el llanto y el miedo que han estrado tras tus pasos todo este tiempo. No logras ver más que tus mejillas rojas y tus manos pálidas las cuales van perdiendo su forma un poco más.

Y un poco más te has dejado caer, te has dejado soltar. A cada instante vas perdiendo la noción de los latidos que marcaban el ritmo de tus días. ¿Y el miedo? ¡Allí! Se expande como una gran sombra e impregna de un sucio hedor las ventanas aledañas. Te has convertido en las partículas de un todo exorbitante y absorbente que te dice lo que tienes que hacer.

Te ha dicho que existen fantasmas debajo de la cama. Te ha dicho que la oscuridad te matará. Te ha dicho que la calle es un largo infierno sin salidas. Te ha dicho que dios existe. Te ha dicho que todo está bien y que no hay de que preocuparse. Te ha dicho que no eres capaz de volar por encima de los tejados y que eres muy pequeño para ver más de lo debieras.

También te ha puesto barreras que no te permiten salir. Te ha cortado las piernas para que no puedas llegar hasta el otro lado de la casa. Te ha colocado mil vendas en la boca para que nadie sepa de ti. Te ha cubierto los ojos, con sus largos dedos. Ha dicho que el atreverse a vivir no es para ti y que mejor te preocupes en callar. ¡Siéntate allí, en aquella esquina! ¡Con la mirada gacha y los labios apretados! Y tú lo haces.

Muchas veces te has sentido sucio, confundido, estúpido, enfermo, contrariado, negado, golpeado y trastornado. Te has sentido como un pedazo de carne bajo un inmenso cuchillo. Hasta has logrado sentir el mismo dolor que se siente cuando se abre los ojos por vez primera o cuando alguien te los cierra con violencia.

Miedo, miedo, miedo al vacío, al mañana, a la noche y sus misterios. Miedo a las arañas que descienden tras los recovecos de tus propios sueños. Miedo a soltarte y saltar un poco más. Miedo a llorar frente al espejo. Miedo al rocío que intenta lavar tu rostro. Miedo a los espasmos inmanentes que aparecen y se van. Miedo al dolor y al amor que habitan en ti. Miedo a la voz altisonante que degrada tus sentimientos y te constriñe con gestos horribles.

¿No te das cuenta que todo es mentira? Nadie se da cuento. Lo sé. Pero intenta abrir la ventana. No permitas que te obliguen a ver la rutina de los minutos a través de un solo lado. El miedo siempre estará allí donde deba estar. Se trata de una lucha intensa contra el fuego que se destila en tu interior. No lo apagues, pero aprende a no quemarte. Miedo, miedo, miedo…¿aún tienes miedo?

viernes, 23 de enero de 2009

Una noche más


Vuelta al dolor


Ayer soñé que me elevaba por encima de las dudas y las esquinas rotas. Podía ver desde lo alto, los tantos caminos que había dejado atrás. Los miles de pasos empolvados eran ya cosa del pasado. Los llantos desmedidos y los golpes insensatos no volverían jamás. Estaba tan alto que nada podía alcanzarme. Acepto que por momentos tenía miedo de volar tan alto, pero sentía que estabas junto a mí. Que tus manos eran las mías y tus ojos me conducían a nuevos aires.

He soñado esto, después de las largas batallas tormentosas que me arrastraron por las espinas dolientes a las que tanto temo. Luego de vencer –o al menos creer hacerlo- a los fantasmas del pasado escondidos en mil recuerdos, en mil espacios, en mil veces llorar y gritar con dolor, con dolores espasmódicos y siniestros.

Tras las incesantes tirrias emanadas de las profundas heridas que han acompañado mis gestos, creía haber sobrevivido al fuego vertido entre mis venas. Pude sentir la calma quieta en mis latidos y la respiración solía estar segura. Todo estaba sosegado y hasta podía ver entre la llanura, en el espesor de los albores de la vida, nuevas formas de creer y amar.

Ahora, me he despertado, casi de golpe. No era cierto. Aquello de volar fue una estúpida ilusión trepidante. Salté de la cama y corrí hacia el espejo más cercano. Mis mejillas siguen golpeadas y mis manos cortadas. Sigo temblando y las lágrimas inundan este lugar. Los demonios siguen burlándose de mí. Siguen creyendo que me tienen y que pueden desdibujar mis esperanzas. Me has dejado otra vez. Me has soltado y he caído aun más fuerte que antes. La profundidad de este pozo no tiene fin.

Las llagas siguen abiertas. Crei curarme y correr junto a ti, pero me has dejado. ¡Me has dejado! ¡Me has dejado! La sangre caliente atrofia mi razón y me empuja a herirte, pues tú lo has hecho. No fue real. He vuelto a maldecir las horas pasadas y ha mentirme para no morir, aún.

martes, 20 de enero de 2009

No temas, no iré muy lejos


Espérame una vez más


Cierra tus ojitos. Cierra los parpados. Descansa lentamente sobre mis suspiros. No te apures en volver que pronto será diferente. No agites tus labios, no es necesario. Prometo quedarme en silencio hasta que el tiempo se vaya, hasta que las ventanas dejen de abrirse. Entonces podré contarte a solas el misterio de la melodía que compuse para tí. La misma que compuse hace ya varias semanas. Espera un poco más. Te ves tan linda.


Siente entre tus latidos el sonido de los recuerdos que han quedado atrapados en tus mejillas y luego cuéntame como te fue aquella noche que huiste de casa para mojarte bajo la lluvia y esperar por mi. Pero recuerda que no debes apurarte. Quédate un instante más, deja que dibuje tus formas y que atrape en versos, tus gestos y los vaivenes de tus manos.


Bajaré la voz un poco más, me quedaré en silencio eterno si es preciso, pero no salgas por el umbral. Deja que las sombras se deshagan en la estridencia de la rutina. No te molestes en ir a ver que sucede en las calles aledañas. Todo está como siempre, yo me cercioré la última vez y nada ha cambiado desde entonces. Tan solo déjate caer, no permitas que la calma se desvanezca. Tómame de la mano. Solo haz eso.


¡Que las tormentas cedan a la tarde naranja que se pone tras la colina! Solo así iremos hasta la puerta para ver pasar juntos los instantes vividos y los segundos que vendrán. Sé que no has olvidado los dibujos que hice para ti y que los escondí justamente en aquella colina a la que solías correr cuando niña. Pero esta vez solo yo iré hasta aquel lugar mientras tú mantienes los labios inmóviles hasta mi regreso. No temas, no iré muy lejos. Volveré pronto.


Y traeré conmigo las hojas de otoño para tus cabellos y traeré conmigo las montañas de ilusiones que alguna vez construiste para mí. También traeré las luciérnagas que me marcarán el camino de vuelta. Cuando parta, cerraré la puerta y también tu vestido ligero. Cuando vuelva, abriré las entradas y tu vestido. ¿Sonríes cuando digo eso? Pues ya verás que será así.

Pero esta vez quédate. No te muevas, no muevas los lazos que dejé en tus hombros. No te apures en soñar, tan solo deja latir cada parte de tus entrañas. Suelta los recuerdos anidados entre mil rincones y busca aquellas luces que alguna vez hicieron el camino hasta aquí.


Pero al instante –luego de volver la mirada- aparecen frente a mí, luces de colores, malditas imágenes entre mil recuerdos, entre mil caminos siguen detrás de mis jadeos. Apuran el paso y me hacen tropezar. Me cogen, me elevan, me mantienen en espacios siderales extraños. Mil volteretas trastornan la dirección de mis fluidos sanguíneos, mientras las dudas entre lo fantástico y las barreras de no pasar se rompen a mis pies y se tornan en coágulos de gotas viscosas.


Solo busco tus manos y tus mejillas para salir de esta vorágine y romper el cerco que nos ata a este lugar. Pero ya no estás. Dejaste los instantes por vivir y no me esperaste. Ni los lazos ni tu vestido están aquí. Me has dejado. ¿Había acaso algún motivo? El frío me sacudirá, no podré hacerlo sin ti. ¿Me oyes? Sé que me oyes…


(Miles de risas inundan el lugar y al final solo un estrepitoso sonido pone final a lo extraño de este relato).

domingo, 11 de enero de 2009

Párpados cansados




Juegos de insomnio




Medianoche. En medio del silencio absorbente y los párpados cansados. Medianoche de grillos y sonido de carros a lo lejos. Sentado sobre mis ideas, una vez más llenando los vacíos que dejan huella en mis manos. Haciendo lo de siempre. Monotonía y repeticiones incesantes de letras. Siempre me quejo de lo mismo y lo mismo suelo hacer. Estas paredes literarias no me dejan salir. No me permiten apoyarme sobre la rigurosidad de la visión objetiva de una nota informativa.



Estribillos punzantes merodean mis sentidos. Empiezo a percibir sombras extrañas a mi lado, que me tocan y juegan con sus cuerpos. Escucho el susurro de sus latidos y creo perder la razón. El sueño que ha atrapado mi rostro se desdibuja con el pasar de los minutos. Creo que al menos esta es una crónica confusa de lo que sucede en este preciso momento.



Los vidrios que dan a la calle parecen derretirse y colmarse de neblina espesa. Y ya no puedo ver lo que sucede afuera. El tipo del cigarrillo ya se marchó y ha dejado paso al coro de murmullos que recorre la vieja esquina. Las tiendas han cerrado y ya no hay tiempo para más. Por alguna extraña razón sigo aquí derramando lo que no puedo llevarme a la cama. Haciéndote cómplice de mis juegos de insomnio. Jugando a mil laberintos sin faunos.



Sentado, aburrido. Sentado, aburrido. Sentado, aburrido y hastiado hasta los rincones de mis mejillas. Barullos extraños embriagan las sombras mientras pierdo la ilación del inicio de esta historia. ¿Alguien sabe a qué hora amanece por aquí? Desearía tener una larga escalera de soga que me permita escapar hacia el vacío. Hacia la siguiente avenida donde pululan sórdidas mujeres desvestidas entre mil espejos.



Medianoche. Un poco más de medianoche, en realidad y, parece suceder conmigo. Salvo el estío interior, nada perturba la intranquilidad de los minutos siguientes. Si pudieras estar aquí conmigo, sería diferente. Si pudieras estar aquí conmigo, sería diferente. Si pudieras estar aquí conmigo, seria diferente. Si pudieras estar aquí conmigo en vez de estar leyendo lo absurdo de mis sueños, todo sería distinto.



Definitivamente sé que nadie vendrá a verme. Nadie se acuerda de mi más que en las frases rimbombantes que destilan mi garganta. Entonces una vez más debo volver a la cama, allí donde nada pasa, allí donde acaba el mundo, allí donde todo se agita y nadie está a salvo. Allí debo ir.

Lo aquí vertido puede reflejar lo trágico de un instante de la noche donde se pierde las ganas de cerrar la conciencia. Solo quise perder el tiempo (y el tuyo) en tontas líneas acerca de algún segundo no vivido y de algún sueño perdido en algún lugar de mi habitación. Nada más. Nada más que decir. Mañana me inventaré otros mundos que surcaré. ¿Aún me acompañarás?