jueves, 29 de enero de 2009

Miedo, miedo, miedo.


¿Aún tienes miedo?


Miedo, miedo, miedo. Corres con prisa hacia tu habitación, saltas sobre la cama y rompes en llanto. Te cubres con lo primero que encuentras y esperas a que todo pase. Cuentas las horas y sientes que todo se desploma sobre ti sin remedio.

Miedo, miedo, miedo. Levantas la mirada a ver si ya pasó el frío temporal y tratas de reponerte. Tras unos pequeños segundos, no puedes hallar el motivo del susto, el llanto y el miedo que han estrado tras tus pasos todo este tiempo. No logras ver más que tus mejillas rojas y tus manos pálidas las cuales van perdiendo su forma un poco más.

Y un poco más te has dejado caer, te has dejado soltar. A cada instante vas perdiendo la noción de los latidos que marcaban el ritmo de tus días. ¿Y el miedo? ¡Allí! Se expande como una gran sombra e impregna de un sucio hedor las ventanas aledañas. Te has convertido en las partículas de un todo exorbitante y absorbente que te dice lo que tienes que hacer.

Te ha dicho que existen fantasmas debajo de la cama. Te ha dicho que la oscuridad te matará. Te ha dicho que la calle es un largo infierno sin salidas. Te ha dicho que dios existe. Te ha dicho que todo está bien y que no hay de que preocuparse. Te ha dicho que no eres capaz de volar por encima de los tejados y que eres muy pequeño para ver más de lo debieras.

También te ha puesto barreras que no te permiten salir. Te ha cortado las piernas para que no puedas llegar hasta el otro lado de la casa. Te ha colocado mil vendas en la boca para que nadie sepa de ti. Te ha cubierto los ojos, con sus largos dedos. Ha dicho que el atreverse a vivir no es para ti y que mejor te preocupes en callar. ¡Siéntate allí, en aquella esquina! ¡Con la mirada gacha y los labios apretados! Y tú lo haces.

Muchas veces te has sentido sucio, confundido, estúpido, enfermo, contrariado, negado, golpeado y trastornado. Te has sentido como un pedazo de carne bajo un inmenso cuchillo. Hasta has logrado sentir el mismo dolor que se siente cuando se abre los ojos por vez primera o cuando alguien te los cierra con violencia.

Miedo, miedo, miedo al vacío, al mañana, a la noche y sus misterios. Miedo a las arañas que descienden tras los recovecos de tus propios sueños. Miedo a soltarte y saltar un poco más. Miedo a llorar frente al espejo. Miedo al rocío que intenta lavar tu rostro. Miedo a los espasmos inmanentes que aparecen y se van. Miedo al dolor y al amor que habitan en ti. Miedo a la voz altisonante que degrada tus sentimientos y te constriñe con gestos horribles.

¿No te das cuenta que todo es mentira? Nadie se da cuento. Lo sé. Pero intenta abrir la ventana. No permitas que te obliguen a ver la rutina de los minutos a través de un solo lado. El miedo siempre estará allí donde deba estar. Se trata de una lucha intensa contra el fuego que se destila en tu interior. No lo apagues, pero aprende a no quemarte. Miedo, miedo, miedo…¿aún tienes miedo?

1 comentario:

César Valero dijo...

El miedo es ese otro tipo que se parece a ti y por ello se cree con el derecho a impedirte el paso. Buen texto Franz Chávez.