jueves, 30 de octubre de 2008

¡Mátame, vamos hazlo!


Gotas de sangre de la última canción que te dediqué


¡Me quemo!, ¡me quemo!,¡ me quemo!, ¡mierda, me quemo!, mi sangre corrosiva derrite mis venas aortas y mis tejidos envolventes. Las espumas ácidas resbalan por mis labios y los demonios que han entrado en mis pupilas hacen su aparición, lo cubren todo, lo cubren todo, lo cubren todo, lo destruyen todo, me destruyen…

Lágrimas de hiel otra vez sobre la vereda de mis zapatos, veneno ponzoñoso agitando mis manos siniestras, ira delirante en mis latidos están asesinando a todas las luces que aún se posan en mí. Balas perdidas en ráfagas de golpes a la pared. Mi rostro contra el suelo, contra el viento, contra el tiempo, contra la razón contra tus manos…

Fisuras quebrantadas, abismos de abrazos rotos en mil pedazos desperdigados en el techo, salpicados en nuestros cuerpos. Coge mis manos, ¡mátame, mátame!, mátame y huye, ¡vete de aquí!, nadie lo sabrá, te juro que no le diré a nadie, no tengas miedo, ¡aprieta más!, ya casi lo logras, casi no respiro, con cuidado, no vaya ser que dejes algo con vida.

Recuerda recoger mis restos cuando hayas terminado, no salgas sin avisar, sin siquiera mirarme una vez más. No te vayas sin el tiempo que hemos perdido, llévatelo y rómpelo en el último parque al que fuimos y donde nos prometimos nada.

¡Ódiame!, ¡vamos dilo!, ¡ódiame!, ¡vamos dilo!, ¡ódiame!, ¡vamos dilo!… acércate y siente el hedor que se desprende detrás de las paredes que cubren mi sombra. Acércate y dime que sucede, toca mi rostro con violencia, yo ya me cansé de golpearme contra la pared, contra el suelo, contra el viento, contra el tiempo, contra la razón, contra mis miedos…

Cansancio agitado, aceleración de los instantes acumulados, manchas de ocre en mi espalda y la saliva agria que supura en mi interior. ¿Tiemblo?, ¡si tiemblo y que!, ¿tengo miedo?, ¡si y que! No saldré de aquí, allá afuera todos me miran y se ríen de mí, todos clavan sus dardos malvados y lastimaron lo ultimo que quedaba en mi. El vestigio de lo que alguna vez fui yo lo borré, me encargué de matar a todo dios, de matar al asesino que corría detrás de mí. Acabo de darme cuenta que no tengo sentidos, explotaron y se fueron al infierno.

No queda más que decir… amén.





miércoles, 29 de octubre de 2008

Cantos al hermano que aún espera por mi


¡Húye conmigo, vamos al horizonte!

No hace mucho que recibí tu carta, donde percibí tus hazañas, donde me reconocí y donde te encontré, tan sobrio y tenaz como siempre.

No hace mucho que rompí mis recuerdos y mis espejos, los tiré al foso del olvido. Quizás sea que alguna noche taciturna me pierda y no pueda volver, pero debes entenderme.

Mi hermano, mi querido hermano. Si pudiera contar las mil cosas que vivimos y que no vivimos, las miles cosas que construimos burlándonos de la hipocresía y del destino. Tú un año menos que yo, con la prisa de alcanzarme y seguramente sobrepasarme. Nunca te he confesado, pero te admiro tanto y te extraño como no lo imaginas. Tu vista clavada en la maleza me cobijaba cuando yo iniciaba mi andar por aquellos lares.

¿Sabes algo?, te escribo esta carta con tonadas surrealistas, solo para que tú puedas sentirla, solo para que tú la encuentres y la conserves. Confío en tu valentía y tu lealtad. Si que confío.

A menudo te recuerdo y creo verte otra vez a mi lado, corriendo despavoridos, desnudos cual hojas silvestres en el otoño invernal. A menudo recuerdo el color de tus manos tersas por los golpes que has dado a más de uno.

Podría recordar las tantas flores que respiramos y tocamos. Podría recordar los dulces besos a que los dos nos dieron las mismas niñas lindas de cuerpos hipnóticos que recogíamos del vergel. Los tantos sorbos alucinógenos que libábamos al compás de algún estribillo mal entonado.

Cuando encuentres este papel, ven rápido hasta donde estoy. Te aseguro que lo pasaríamos tan bien como siempre, tan bien corriendo a prisa por los charcos y los caminos sin asfalto. Cuando encuentres esta carta, rómpela en mil pedazos para que puedan fundirse con el viento al que siempre pertenecimos.

No hace mucho que he retomado el hábito de aullar bajo la luna y gritar enfurecido a los mil dioses que nos azotaban cuando niños. ¿Recuerdas esos dioses de madera y de yeso? ¿Recuerdas esos dioses tan débiles y tan nefastos a la vez?

Recuerdo tus mano sobre los pechos de la vecina del frente y las mías dentro de las faldas de la misma, de la misma forma que tú y yo llegamos a este mundo, así hemos de irnos, en silencio y con la mirada puesta en el futuro.

Noches de tertulias sin luz sobre un fogón. Noches de cuentos y de cigarros, noches de alcohol sacrosanto que humedecía nuestras gargantas frenéticas por los perfumes de tantas mujeres que descubrimos.

¡Ah hermano, mi hermano, un año menor que yo y tan grande, más que yo! Espera que pronto nos veamos y retomaremos el camino que dejamos. Por las sendas de la fantasía y la cuerda locura de vivir muchas utopías.

Carta a mi madre desde lejos

Lima, 30 de julio del 2008

Podría iniciar esta carta con la clásica “esperando que al leer esta carta te encuentres bien de salud”, pero ya me conoces, mami. Sabes de mi informalidad para hablarte y escribirte.

Pero bueno, he de contarte que aquí todo marcha como siempre. Tus vestidos están donde deben estar, donde usted las dejó, las flores del jardín palidecen pero están allí y hasta los libros de mi habitación que ordenaste por última vez, siguen igual (quizás sea que las ganas de leer se desvanecen).

Y tus fotos, tu aroma, el sonido de tu voz por las mañanas muy temprano en el desayuno del jugo de naranja y los panes calientes y por las noches al llegar a casa cuando me recordabas el platito caliente .

¿Recuerdas las pláticas que solíamos tener? A veces en mi habitación, a veces en la cocina, en la azotea, al subir las escaleras, al sentarnos en el sillón, en la puerta, en la ventana o donde sea. ¿Recuerdas las tantas cosas que nos contamos? ¿Y como aprendimos a ser amigos? ¿Qué difícil no mami? Yo, un muchacho con todas las ansias de querer más y el ímpetu desbocado por la edad y usted apacible, firme, justa y sublime. Vaya recuerdos mami, vaya recuerdos…

Por otro lado, he de contarte que hace dos días una terrible gripe me tumbó a la cama y ¿sabes?, quise dejarme en ese estado. Quise no hacer nada y esperar a que los 40 grados hagan mella en mi. Creo que la nostalgia me empujaba a ello. Pero luego vinieron a mi, tus palabras dulces y fuertes que me alentaron a cuidar de mí mismo, fue algo mágico y aunque no creo en esas cosas, te confieso que pude oír tu voz y no dudé en seguir a pie juntillas, cada pauta de tus remedios maternales y heme aquí, con la mirada adelante, una vez más.

Ahora bien, podría contarte como me va en las clases y en el trabajo, pero estoy seguro que ya has de saberlo. Has de saber las cosas que hago y que no hago. Seguro que sabes de mis pasos y mis miradas, de mis triunfos y caídas. Sabes de mis risas y mis miedos. Nunca hizo falta que yo te las dijera. Es más, antes que yo mismo lo supiera, usted ya lo sabía.

¿Sabes? Atrás quedaron los días tétricos de dolor constante. De apatía absoluta, de llanto incontrolado y de pavor al día siguiente. Hoy camino seguro –eso creo- en medio de las muchedumbres que golpean mis hombros al pasar. ¿Papá? El anda triste y arrastrando los pies. Aunque no me lo diga, sé que te extraña mucho, igual que yo. Sé que si pudiera hacerlo, correría a pedirte mil perdones y mil besos te daría y sé que los recibirías. Pero prometo reconfortarlo cada día, cuenta con eso mami.

Podría preguntarte por tu salud, como se suele preguntar al inicio de una carta como esta, pero no, no lo haré. No solo por mi informalidad, sino porque tú ya estás por encima de toda salud y toda vida. Ya lo simple de una vida mortal no te alcanza ni te toca. Las preguntas sobran y las palabras quizás. Una mirada clava, una mirada de esperanza y ternura, puede cubrir esos vacíos. Ahora usted está en el infinito.

No he de preguntarte nada de nada. No tiene sentido hacerlo aquí en medio del silencio ensordecedor y absorbente, además ya es tarde y el frío se asoma tras las paredes lúgubres. Así que dejaré esta carta tan simple como los instantes en la vida. La dejaré donde ahora yaces, postrada inerte bajo el concreto indescriptible. Dejaré mi corazón en este papel mezclado con estas líneas, para que usted la lea cuando guste y me responda en silencio, como hasta hoy lo ha hecho, en cada sueño, en cada suspiro de media noche, en cada recuerdo imborrable al amanecer y al andar. Seguro que lo harás.

Donde quiera que estés, hasta pronto, mami.

Tu hijo, Franz.

El periodista que quiero ser


En la primera línea... del frente

“Señora, buenas, soy de prensa. ¿Qué ha sucedido aquí?” Esa suele ser muchas veces la pregunta que inicia un informe “cualquiera”, una nota de página de sociales o de policiales si fuera el caso. En busca del meollo del asunto. Del culpable del asesinato o la violación, del robo y la especulación. Hay que tener mucha habilidad para llegar hasta los hechos. Entre empujones, zancadillas y demás, hay que abrirse paso entre el bosque de periodistas que muchas veces no ven personas sino noticias.

Frente a un crimen flagrante, frente a un abuso de autoridad, frente al olvido y la miseria, un periodista puede volverse insensible, pues de nada sirven aquellos sentimentalismos, en un mundillo donde lo insólito, lo inesperado, el morbo y la primicia venden. Casi, casi bordeando el sensacionalismo.

De todos modos, a mí me encanta esta profesión. Me apasiona leer todo cuanto llegue a mis manos y escribir alguna apreciación o informe de acuerdo al hecho, ya sea desde informativo, interpretativo, alguna crónica candente o hasta una fotografía de portada, si se puede, claro.

En medio de esto, intento rescatar lo aprendido cuando niño, lo aprendido cuando joven, lo aprendido en cualquier momento. Los valores y la ética de frente a todo. “Soy un ser humano primero y luego lo demás”, pienso muchas veces, creyendo equilibrar mis emociones y razones.

No me quita el sueño, llegar a lo más alto de la cúspide el mundo periodístico. Claro que ansío llegar hasta allá, para ello la pujanza y la habilidad han de acompañarme. Sé que no tengo que desmayar en mis intentos por mantenerme erguido frente al resto. He de ser ágil y objetivo, aunque esto suene a estructuras rígidas, creo que siguen siendo los pilares del periodismo tal y como es.

En tanto, el periodista que quiero ser, no tiene las manos temblorosas ni la vista perdida. El periodista que quiero ser, no duda frente a la noticia y dispara sus preguntas para llevarse a la redacción lo mejor del hecho que mañana por la mañana será el deleite informativo de quienes puedan leerme.

El periodista que quiero ser ya existe. Está en la conciencia de la justicia de quien se pone de lado de las causas de los nadie, de los menos y ve en ello la proeza de un trabajo meritorio, no por unas monedas más, no por la portada a todo color en el kiosco de la esquina, sino por el solo hecho de considerarlo humanamente loable.

Así, sumergido entre titulares y notas breves, entre párrafos de crónicas detalladas, entre la premura del tiempo galopante, entre los vaivenes del momento y las ansias de mejor hoy más que ayer, quiero verme construyendo mis pasos a la izquierda del camino trazado y frente al destino que a todo periodista se le presenta con pocas opciones de llegar más allá del límite. Está en cada quien, romper esas barreras y construir una red de comunicación que cobije lealtad a los hechos por encima de intereses mezquinos o rastreros.

Siluetas a través de las colinas


A mover los pies... a go go

Cuando trato de recordar alguna fiesta inolvidable solo consigo traer a mi mente algún estribillo de Me colé en tu fiesta de Mecano, que tantas veces la he tarareado y hasta bailado con amigos amantes del buen pop español de los 80´s.

Luces de colores y humo por todas parte. Música del momento que consiga mover los pies de los asistentes. Trajes elegantemente ridículos que se mezclan con los olores y sabores de los tantos rostros que inundan una fiesta cualquiera.

Bocaditos y gelatinas en las mesas, no han de faltar. Otros prefieren simplemente piqueos y los platos de fondo. A las diez de la noches ves la comida sobre la mesa, vas al baño a tomar valor para sacar a la chica del frente que no ha parado de mirarte, vuelves, pero antes una galletita para endulzarse y ya no hay nada. ¿Será la música, el ambiente o el hambre que nuestro país afronta, lo que empuja a los invitados a devorar las mesas decoradas y ordenadas?

Las típicas fiestas con niños de un lado y niñas del otro, con los grupitos murmurando algún detalle de la faldita de Rosa o de la camisa de Jorge, del escote exagerado – ¡Pero que descarada!- de Inés o de lo apretadito que le queda el jean a Susana, son sinceramente aburridas y monótonas.

Si yo pudiera organizar una fiesta, lo haría en algún bosque encantado al estilo irlandés, con duendes, hadas y ninfas incluido. Con cientos de gaitas y flautas, con guirnaldas de su a norte y con una la Gran Orquesta del Pueblo (la del burro, el perro, el gato y el gallo) amenizando la reunión toda la noche.

Las mujeres tendrían que ir con suaves blusas de seda del color que prefieran, con los cabellos al viento y coronas de laureles. Mientras que los hombres asistirían con trajes medievales o confeccionados de algún material encantado que solo puede encontrarse en la colina del valle azul.

Habría enormes barriles de vino, para ser bebido en garrafas sin cesar. Habría docenas de miles de invitados de todos los lugares del mundo, pero no de este mundo, sino de otros más imaginariamente reales. Embriagados de éxtasis, sumergidos en parajes de ensueño.

Si pudiera organizar una fiesta, sería entre castillos tenebrosos con dragones incluidos. Sería bajo la luz de la luna llena, que cobijaría en su seno a todos los danzarines que en nombre de Baco entonaríamos cantos homéricos hasta el amanecer.

Seriamos la larga legión de Pan que enamoraría a todas las flores silvestres del campo. Seriamos las espadas desenvainadas listas al combate contra los sinsabores de la rutina. Seriamos los miembros de la corte que bailan desnudos mezclando nuestros cuerpos en rituales paganos de apareamiento y de placer creador.

No habría ni Coca Cola, ni papas fritas, ni Dady Yanqui. No habría estridencias monocordes que acribillen nuestros sentidos. No habría no puerta de entrada ni de salida. No habría baño de hombres y mujeres por separado, no habría nada de eso.

“Mucha niña mona, pero ninguna sola, luces de colores; la pasaré bien”, diría Ana Torroja y desde luego esto también habría en mi fiesta inolvidable. Muchas niñas monísimas, lindas de cabellos rizados, lindas de cuerpos libres al viento, lindas, tan lindas como el crepúsculo del amanecer. ¡Vaya fiesta!

¡Ladra, ladra a la luna, amigo!


Al compañero que ya no está

Una de tantas tardes, en que casi con las justas me asomaba a la puerta a contemplar las miradas serias y aburridas de quienes pasaban rumbo a quien sabe donde. Fue en una de esas tardes, que lo vi tirado sobre la esquina de mi casa.

Mirada triste, muy triste en realidad, piel cayéndose a pedazos, una cola innombrable y las orejas por los suelos. Casi ni alcanzaba a distinguir de qué se trataba. Como quien no quiere la cosa, me acerqué hasta ¿eso? Y pude toparme con un hedor terrible y un despojo miserable en el suelo.

Lo miré y levantó sus ojos, como pidiendo una plegaria y clamor por su vida. Era un siberiano, un perro que tuvo la mala suerte de tener unos dueños insensibles que lo echaron a la calle a penas se infectó de sarna canina (caracha, le dicen).

Me agaché, pensando que haría con este perruno amigo. Mi madre sin duda alguna, no aceptaría un perro en la casa y menos en esas condiciones. Sin embargo, emprendí la cruzada por una causa justa. Hablé con ella para que se quedara el pobrecillo y se negó, pero permitió –luego de verlo- que se quedara en aquel lugar de la vereda y que lleváramos comida cada que podíamos.

Los días pasaron y él recibía comida a cada rato, ya se me había hecho costumbre buscar alimentos hasta debajo de mi cama, para llevárselo. A la semana pudo pararse recién –olvidé contar que con la enfermedad sus patas no le respondían- y hasta se animó a dar uno que otro ladrido y mover su cola, bueno lo que quedaba de ella.

Al cabo de tres semanas, entre mi hermana, mi mamá y yo juntamos dinero para llevarlo al veterinario. Yo lo hice, me siguió todo el camino con una sonrisa –juro que reía- rumbo a lo que significaría su total curación y por ende, tras días de negociación y caritas tristes, su ingreso a mi casa, aprobado por mi mamá. Alegría, para ambos ¿no amigo?

¡Husky, ven, hey Husky, ven! –olvidé otra vez algo, no les mencioné que le puse de nombre Husky, pues era su raza y así le quedaba bien- y él venía. Llegamos al lugar indicado y lo cogí fuerte, casi abrazándolo, no me importaban sus heridas. Al instante, él medico le puso las vacunas y pude llevarme a mi perro, mi amigo a casa.

Los días pasaron, se curó con rapidez y llegó el gran día esperado. Husky por fin podría ingresar a mi casa. Él entro con mucha timidez y recelo, si que era un perro educado. Se puso al lado de todos nosotros y dio tres ladridos –los recuerdo hasta hoy- en señal de gratitud y lealtad.

Fue adaptándose a su nueva familia y nosotros a él. Se hizo mi amigo, me mejor amigo, mi único amigo. Confidente y autentico guerrero de las batallas que ambos emprendimos y de donde salimos victoriosos.

Las mañanas soleadas llegaron y curaron aún más sus pasos. Curaron su ansias de de cariño. Yo también me curé, me sobrepuse a las melancolías tétricas cuando andaba solo y ya por fin alguien acompañaba mis pasos.

Pero así como vienen las cosas dulces, no son duraderas, pues se van con el viento arrasador. Husky se dejó llevar por sus impulsos irracionales o emocionales y volvió a las andadas, volvió a desperdigar sus ladridos bajo algún farol o bajo alguna banca de algún parque. La infección lo encontró una vez más.

Me aferré a la idea de no perderlo y luché con lo que estaba a mi alcance para detener su partida. En esos arranques de no dejarlo salir más para evitar que me dejara. Pero perdí frente a esa sarna. Una tarde sin sol, volví al lugar donde lo había dejado y lo hallé inmóvil, con las patas colgadas y la mirada al cielo buscando algún alivio. Una vez más me quedé sin un amigo, un verdadero amigo.

Una habitación que narra historias


Relato secuencial del otro lado de la barricada... mi dormitorio

Cierro la puerta y el mundo cambia. Cierro la puerta y el aire me transporta a un paraje distinto desolado de seres humanos pero lleno de personajes amorfos y con poco color pegados en la pared.

Corro la cortina de tela blanca y lanzo mi maleta sobre la mesa que sostiene perenne mis libros y cuadernos de todos los días. Al instante me lanzo sobre mi cama y cierro lo ojos para ver todo cuanto me rodea. ¡Otra vez en mi habitación, agridulce habitación!

Empezaré por decir que mi habitación no es la típica adornadita con afiches de grupos musicales del momento o con cuadros de paisajes que no conozco o con un ropero lleno de peluches o con los calcetines tirados por aquí y por allá.

Mi habitación es pequeña, pero acogedora, en la que solo entro yo y los que quieran entrar a echarle un vistazo a lo que hay dentro. Con las paredes pintadas con un tono bajo, casi melancólico. Las mismas que están decoradas indecorosamente con afiches de eventos sociales o culturales a los que asistí alguna vez, o con los rostros en tono gris de personajes que para mi y solo para significan mucho –pueden ser desde poetas, músicos, rebeldes de mil batallas o soñadores de la utopía- que con sus miradas y largas barbas, acompañan los compases de mi andar mental y de las inspiraciones en muchas noches extravagantes en las que me he sumergido.

Mi cama, -¡Ay! Si mi cama hablara, las cosas que contaría- con su plaza y media es mi fiel amiga, que tiene que soportar mis melancolías y mis dulces relatos sobre alguna niña bonita que vea durante mis caminatas en las afueras de mi espacio vital, es decir mi habitación.

Al costado de mi cama, está el velador, pequeño y marrón, con sus cajones y todo lo que lleva cualquier velador. ¿Algo que contar sobre él? Nada importante, más que es el lugar donde guardo por emergencia algunas cartas amorosas o cigarrillos a medio fumar.

Más a la izquierda, está un espacio muy importante, mi pequeña biblioteca. Es el recinto donde habitan mil lugares y mil personajes que componen mis pensamientos. Tantas ideas y tantas cosas que quieren salir de esos libros, que no sé cuantos serán. En realidad no me he puesto a contar la cantidad de libros que me conseguido. Libros comprados, prestado y nunca devueltos, encontrados en cualquier lugar, y hasta robados, pero todos míos, listos a contar mil cosas a quien quiera leerlas.

¿El techo? Como cualquier techo, sin más ni más, con algunas manchitas que mejor no las cito.

Tengo una gran ventana hacia la calle, a la que casi nunca me asomo, pues prefiero echarme en la cama a leer algún periódico, algún libro o lo que sea.

Sinceramente el lugar que más me agrada de mi habitación es mi cama, la que me acompaña en mil batallas y sabe consolarme cuando he tenido un día largo y penoso. Mi cama es el lugar preciso para soñar y para cantar, para dormir despierto y reír a carcajadas pensando en el amor y el placer de vivir en este pedacito de mi casa, esa es mi cama y me gusta pasar mucho rato allí. ¿Vienes?

¿Semblanza personal?

Perfil insípido de un cantor sin tiempo

Alguna vez, por el internet, en una de esas tantas conversaciones on line que solía tener, una persona equis, en una circunstancia equis, dijo que yo era alguien “poco común y nada corriente”, en respuesta a mi propia apreciación al considerarme alguien “común y corriente”.

Esta frase quedó en algún recoveco de mi mente y resonó por días y días. ¿Sería cierto, aquello que de ser poco común? ¿Alguien como yo, con melancolías y miedos como el resto, merecería un calificativo así? ¿Debo sentirme elogiado o burlado? No lo sé, el caso es que a partir de aquel día, hice miles de recuentos sobre mi pasado. Miles de segundos sobre mi cama, en meditación profunda sobre quien era y a donde iba, sin duda Sartre estaba tomando posesión de mis dudas existenciales.

En fin, todo esto me llevó a hacerme un diagnostico breve pero minucioso. ¿Quién es Franz? –me pregunté- y la respuesta fue poco alentadora, en comparación a lo que querían que fuera.

El calendario marcaba un cinco de abril –durante el primer gobierno aprista- cuando un llanto desacompasado rompía la angustia de la sala donde nací. Allí comenzaba mi historia.

De pequeño conocí muchos rostros y voces. Figuras enormes dentro de sotanas o hábitos que inspiraban temor. Figuras tenues o consejos duraderos, fueron llenando mis día a día.

Estuve atrapado once años dentro de (j)aulas de concreto, decorados agriamente con símbolos patrios o corazones de Jesús. Con mapas del Perú y demás, referente a algún curso.

Casi siempre andaba en problemas, pero que no se me tome como un pilluelo, presto a hacer fechorías, sino como un niño soñando con algo más, fuera del alcance de los límites de lo cotidiano.

Fui entrando a las sendas de las letras y los versos. Mi gusto y placer por la lectura fue creciendo casi sin darme cuenta de ello. Los concursos de creación literaria, narrativa, poesía y declamación que alguna vez gané, puedan dar fe de ello.

A pesar de andar inmerso en las rimas y los sonetos mal hechos y de parecer un soñador sin tiempo y sin color, no huía a “las cosas de hombres”, el futbol, los tragos, las niñas lindas y hasta las broncas, fueron parte de mi vida.

Confieso que he vivido muchos trozos de vidas que quizás no sean las mías. Confieso que he deseado correr más rápido de los que mi propio cuerpo podía resistir y de hecho lo hice. Confieso que me empinaba para resaltar en la vida y que siempre quise aprender más de un tema, para así poder entablar charlas nocturnas con alguno de los bohemios amigos que aún conservo.

Confieso, así mismo, que rompí con tantas cadenas que laceraban mi piel, por el solo hecho de mostrar irreverencia a lo establecido, a los dioses del Olimpo del dogma. ¡Ah Prometeo, si que te entendía!

Al tiempo que iba creciendo, mis dudas también lo hacían. Mis miedos y mis ganas de conocerlo todo avanzaban a pasos agigantados, la curiosidad por develar el misterio que se escondía tras las cortinas, me turbaban la mente. Sin embargo, pude sobrevivir y sonreír. Gracias a mi madre, sin duda.

Tras largos tiempo de soledad y naufragios por costas del silencio, puede llegar a tierra firme, con nuevos bríos y aires de esperanza. Comprendí lo que es el amor y la libertad. La paciencia hacia la angustia, la calma en el tormento y preferí el beso antes que el puño y la rosa antes que la bala o el libro antes que la televisión.

En tanto, mis viejos amigos, la calle, algunos cigarrillos, el rock and roll y el punk rock, los versos de Boudelaire o Vallejo, el jirón Quilca y los dardos certeros de González Prada y el pisco o el vino, siguieron siendo mis aliados a toda costa.

Pero en estos nuevos bríos, me empapé de Bakunin y de Verne, de historia y de justicia. Me llené de miradas de dolor y voces de clamor. Me llené de rabia ante la indiferencia y la apatía, frente a lo parco de la vida desde la ventana.

Decidí por ello, estudiar periodismo, con la clara misión de enfilar mi pluma y lo que sea, en pro de alguna causa no perdida y de alguna batalla por las utopías posibles. Aceleré con esto, mis conocimientos sobre las técnicas de información y descubrí el mundo tras la pantalla, el camino antes de la foto y el sueño antes de la letra impresa.

Pude conseguir un trabajo en un diario local, sin acabar mi carrera y siento que es una tribuna desde la cual poder enrolarme en la brecha de la verdad y la información. Con la premura de hacer un trabajo agradable a la vista del lector y tejiendo poco a poco los nudos que componen esta carrera, que sin temor a equivocarme, es la más temeraria de todas.

Ahora, aquí me tienen, tratando de terminar estas partes de mi vida, con la firme convicción de que cuando venga algo nuevo para mí, lo enfrentaré con los puños cerrados –de ser el caso- con la mirada clavada en el horizonte y con los labios listos para cantar los cantares del nuevo mañana que ya se aproxima.

El retorno a la lejanía

De cuando volví los pasos hasta el punto de partida

La lluvia se ha prolongado desde anoche, golpeando el techo sin cesar. Cada gota cae lentamente por la ventana. Cada gota inunda mis recuerdos y nubla el camino de retorno a casa.

Creo que ya está por amanecer y aún no hay signos de estar cerca. Siento que puedo verme como en un espejo, mientras escribo estas líneas, recostado en el ultimo asiento del bus, y observando las idas y venidas de tantos caminos que recorremos antes de llegar.

Fue exactamente hace siete años que dejé el aroma hogareño de las seis de la tarde, el placer de un beso en la frente al despertar, la confianza de un plato caliente al volver a casa tras una larga jornada y los cuidados en las noches de fiebres salvajes.

No sé ni como, pero cogí aquella mochila vieja que tanto me gustaba, en la que solo entraba un poco de ropa, llené un par de libros y junté todas las monedas que encontré o que se escondían de mí.

Decidí abrir la ventana de mi habitación y alzar la vista hasta mucho más allá de la selva de concreto. Decidí surcar nuevos mares y retar al destino tratando de encontrar algún talismán sagrado, algún cáliz medieval, alguna espada luminosa que me guie hasta las respuestas de los porqués de toda mi vida.

Es obvio que en casa nadie estuvo de acuerdo con mis ansias de aventura. ¿Qué vas hacer cuándo tengas hambre?, ¿acaso tienes suficiente dinero?, ¿si tú no sabes ni cocinar?, ¡aún eres un bebé! –fueron las primeras sentencias que escuché de mi madre-, pero ni eso me detuvo. La cogí de los hombres, un beso en la frente, luego una larga explicación y a echarme a andar.

Lo hice y no tuve miedo. Me fui de casa tras mi propia casa, tras mi propia vida, sabiendo que podía morir en el intento, pero aún me reconfortaba saber que si fallara, habría valido la pena correr por cuenta propia.

Lo primero que hice fue contar mis monedas, curiosamente solo tenía pocas de color blanco y muchas amarillas. ¿Qué haría con eso? Luego respiré profundamente, conté hasta diez para calmar mis nervios de la soledad y subí a uno y otro bus, a uno y otro camión, a uno y otro auto. Muchas veces no pagaba nada y otras me las ingeniaba para cubrir esos gastos.

Fue así, entre viajes, entre comidas baratas, entre dormitar en parques, en cocheras, en hostales, en sofás, en los brazos de alguien y bajo alguna gotera, que la vida fue dándome lecciones.

Conocí desde el infortunio hasta la opulencia, desde la desdicha hasta las carcajadas más estruendosas, desde los llantos más lastimeros hasta los abrazos más sinceros. Desde las culpas hasta los indultos, desde los puñales tras la espalda, hasta los pasos más sinceros.

Esas lecciones curtieron mi alma y mi piel, me enseñaron a caminar con cuidado sin pisar las hojas que nacen entre las grietas del cemento. Aprendí a mirar en todos lados y a todos, como iguales. Aprendí a buscar lo imposible y tallar recuerdos en los corazones más cercanos.

Comprendí el valor de la valentía y el arrojo, comprendí que en medio de las lágrimas puede brotar una sonrisa y comprendí lo que era extrañar, a quien más se quería. Creo que por fin había descubierto quien era yo.

Con todo eso dentro de mi mochila, que seguía siendo la misma, emprendí el retorno a casa, esta vez, era otro el que tocaría la puerta. Aún así, algunos miedos y preguntas asaltaban mi tranquilidad. Ni siquiera sabía si los encontraría allí mismo, pues nunca tuve más comunicación con ellos, con mis padres.

Al fin, el bus se ha detenido y anuncia que este es el último paradero. Al instante tomo mis cosas y bajo enseguida a tierra firme tras un largo viaje. Camino y camino, una y otra cuadra, hasta llegar a donde sabía que me esperarían.

Cuando volteaba la esquina, próxima a mi hogar, todo me parecía raro y un aire a tristeza me invadió. No hallé más mi casa, era solo un montón de concreto tapado con cartones o más ladrillos que cubrían las ventanas.

EN VENTA, rezaba un letrero viejo en la puerta y confundido aún, pregunté a una señora que pasaba, por los dueños de aquella casa. “Hace seis años que fallecieron, joven. Primero fue la señora y luego su esposo y como nadie reclamó por la casita, creo que la municipalidad la está vendiendo”. El frio y las preguntas volvieron a mi.

Oda a la desesperanza


Oda a la desesperanza o mil cuchillos en mi voz

Melodías lejanas, golpes crudos. Golpes sin piedad de la esperanza concebida entre los avatares del destino. Gritos desgarrados y galopantes, espadas incrustadas en lo más profundo de la mirada. Sonidos muy alucinantes, tiros en la sien, jóvenes ocultos en la oscuridad de sus propios miedos. Nadie corre, el sonido lejano los ha envuelto, el sonido ajeno los ha acribillado.

Charcos de sangre pusilánime, conjeturas siniestras, chillidos de espanto y la impaciencia de terminar todo, de romper todo, de gritar, gritar, gritar, gritar, gritar… Quiero gritar con voz desgarrada, no quiero más complejos y quiero soñar y mutilarme los deseos indeseables y perniciosos.

Sin experiencia en los experimentos de mi propia existencia que hoy han sido vencidos por los segundos de la ansiedad que atraviesa mi garganta adolorida y sin sabor. Vientos del norte al ritmo relampagueante de las ráfagas de lenguas voraces, asesinen mis ilusiones. ¡Asesínenlas y tírenlas a las fauces de los lobos hambrientos que asechan en los umbrales de mis nostalgias!

Nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada y mil veces la misma rutina escalofriante e hipócrita. Lagrimas de sal, lagrimas de vinagre que laceran mis sentidos. Tus manos heladas ya no consuelan mis pasos. Ahora todo ha quedado atrás, ni los minutos imposibles ni las miradas ocultas podrán decirme a donde debo ir.

Encerrado y azotado una y otra vez, humillado antes y durante el castigo divino que se me ha impuesto. Odio y repugnancia se destila en mi interior, miedo al vacío, entiendo que la frustración se esparce triunfante por mis órganos cercenados, no hay más que decir.

Pendiendo de una cuerda, la sombra que proyecto ya no me asusta, hilos de sangre por mis brazos, navajas afiladas en mi estómago y ruido melancólico que atiborra los rincones de mis entrañas. Incoherencias heredadas de algún verso robado, estrofas perdidas y plegarias paganas acompañan mi andar fúnebre en los suspiros finales.

Este es un canto épico de lo absurdo. El vejamen ha sido perpetrado. El gatillo se ha soltado y hay alguien tendido sobre el suelo con olor a asfalto y podredumbre. Cientos de espasmos invaden los comentarios de quienes ahora se fijan en mí. ¡Mierda! Muy tarde, muy tarde han volteado la mirada que se clava en el suelo a la altura de la herida que supura borbotones rojizos. Mi cuerpo pronto entrará en descomposición inevitable y me reuniré con los rastreros seres que habitan entre nosotros. Ahora grito muy fuerte y nadie me oye, nunca nadie lo hizo.

Cuando la noche acaba...


Crónica de un lugar al que no volveré más


Creo que aún tenía 15 años cuando pasó. Era una de las tantas noches de perdición y sano desenfreno, que iba tras una botella barata en el centro de Lima. Iba tras las hordas de seres amorfos que poblaban las callejuelas fétidas, entre grafitis y bolsas de basura en el suelo, entre cigarros a la mitad y mil historias oídas y contadas entre los despojos que íbamos caminando por cualquier lugar.

Fue entonces cuando la conocí, una noche fría y sin estrellas –nada de romanticismos superfluos- y la vista casi nublada por el sueño y los efectos del alcohol.

Sutil, delegada, tiernamente agresiva, con sus palabras soeces y su sonrisa desbordante. A todas luces mucho mayor que yo y por ende con muchas más cosas en la mente…y no solo en la mente.
Se acopló al grupo de sobrevivientes a esa hora y compartió nuestras humildes ofrendas. ¿Como llegó hasta nosotros?, no lo sé y creo que ya no importa.

Cuando ya había terminado todo (trago, dinero y opciones para “afanar a la única chica del grupo”) decidimos entre todos, que ya era hora de retornar a casa, antes que el sol quemara nuestros endemoniados cuerpos.

Pero ella, dejó a todos atrás y me cogió del brazo, para decirme que nos fuéramos juntos en la combi de las cuatro de la madrugada.

Accedí y fuimos en la parte trasera del carro. Allí, ella me explicó porqué decidió despedirse de todos y quedarse conmigo. Por primera vez en mi vida, una chica mayor me decía tantas cosas, entre dulces que en verdad endulzan y otras, propias de una mujer que sabe a donde va y que quiere; y ella si que quería conmigo.

Llegamos a su departamento, media hora después y subimos a su habitación. Pequeña, a media luz y con Radio Head en el fondo musical. Con una cama tersa y sin ser arreglada hace ya varios días.

Prende un cigarro –me dijo, y lo hice-, para luego abrazarme y besarme con tantas fuerzas que ya perdía el conocimiento, pero me gustaba. Al instante se desnudó frente a mí y se puso un largo camisón blanco. Que extraño –pensé- , luego me pidió que se lo quitara y sonreí sonrojado.

Recuerdo que sus paredes eran blancas como su nombre, recuerdo que tenía tantas revistas y discos tirados por el suelo, recuerdo que no sabía que hacer ni que decir. ¿Tendría que decirle que era mi primera vez? ¿Y si ella se da cuenta y se burla de mí? ¡Carajo, soy un hombre y los hombres hacen lo que tienen que hacer, sin miedos! –pensaba y pensaba, mientras ella fumaba algo que no sé que era-, que difícil y que alucinante.

Siento mucha vergüenza cuando recuerdo que rompí un vaso de su velador, por moverme mucho, pues no sabía que movimientos hacer. Claro que ella no se molestó.

Recuerdo también, la vieja alfombra que se extendía debajo de la cama y recuerdo las tres frazadas que cubrían su cuerpo desnudo y el mío.

Recuerdo el techo vacío y mudo que observé luego de recorrer sus entradas y salidas, sus desvíos y sus curvas, sus lugares peligrosos y sus lados amables, sus altas y bajas, sus sonidos leves y fuertes, sus gritos desorbitantes y sus labios, por supuesto.

Cuando el reloj dio las siete de la mañana, cogí mis cosas y me despedí de ella con un beso, que para mi fue sincero. Prometí volver por mi dama en cuanto pueda y se lo dije. Le dije que esperara, que yo la quería y que sería ella quien acompañe mi vida en adelante. Ella solo sonreía y mojaba mis labios sedientos.

Fui a casa extasiado, con ganas de más de ella y más de todo. No importó lo que se avecinaba al llegar y ver el rostro furioso de mamá y papá.

Recuerdo que esa misma tarde, tras una larga mañana de pensar en su habitación que al compás de Creed o Karma Police, iban sucediéndose imagen tras imagen,en mi aturdida mente, fui a buscarla. Llegué a donde sabía que estaría, fui a su casa y espere horas de horas, volví a los dos días y a la semana y un mes tras otros, esperaba al frente de su puerta. Nunca más la vi, no sé porque. Luego de un año nos cruzamos. Hola Franz –me dijo y nada más- y yo quedé en silencio, hasta hoy.

...Lúgubre lugar de blanco


Cuando vi a una persona morir

Doy vueltas, mil vueltas al compás del tic-tac del reloj de pared que no se cansa de seguir adelante. Transcurren los minutos y ya han pasado varios días. Hace más de media hora que han pasado muchos días y la angustia sigue en mi garganta.

Aquí conmigo hay muchas personas a las que no volteo a mirar mas que de reojo, pues temo ver sus expresiones cuando vean la mía. Aquí conmigo hay cientos de murmullos y algunos llantos que a media voz anuncian lo inevitable. Aquí, afuera en el pasillo de este lúgubre lugar de blanco, con aromas extraños que me producen escalofríos, estoy con tanta soledad, con tanta sed de sed y con tanta desesperación de no saber que sucede contigo.

Allí dentro, estas tú. Estas tú y nadie más. Aún no me perdono haberte dejado sola en aquella camilla, sola frente al tipo ese de blanco que con mirada negativa se posaba sobre ti. A puertas cerradas te tiene, lejos de nosotros, lejos de mi, sin saber que sucederá cuando salga ha darnos la noticia.

Cuando por fin se abre aquella puerta y sale el mismo tipo de blanco, veo que se dirige hacia doña María, tu madre, a quien le coge el hombro y agacha la mirada. Ella rompe en llanto y se desploma. Todo esto para mi sucede en cámara lenta, como en las películas que irónicamente acostumbrábamos a ver. Yo solo atino a voltear la mirada a la habitación y correr hacia ti. El tramo que recorrí fue eterno, pero llegué hasta donde te hallabas.

El sudor casi empañaba mi mente y mis ojos, pero aún así tomo tus gélidas manos y observo tu pálido rostro. Acerco mis labios a tu frente y me sonríes como siempre. Tu rostro pálido denota mucho cansancio pequeña, pero sé que todo pasará. Sabes que al final todo saldrá bien.

Pero apresúrate en despertar, que afuera ya se impacientan. Abre esos ojitos dormilona. ¡Vamos! Niña, ya deja de soñar que al salir de aquí nos esperan tantas cosas por recorrer y por caminar tomados de la mano, con en los poemas que solía escribirte, ¿recuerdas?

Yo no sé porque afuera hay mucho llanto. Dicen que te fuiste, pero que tontos ¿verdad?, si estas aquí conmigo, yo te tengo entre mis brazos y para que nadie nos moleste he cerrado la puerta con el seguro, pues ya verá ellos que saldrás de aquí con una gran sonrisa y nos echaremos a reír de lo bello que es la vida. No tardes linda, el tiempo pasa y ya estuve buen rato esperando. ¿Y si te doy el beso mágico que te di la primera vez cuando rompí el hielo de tu timidez? A lo mejor esta vez también funciona. Pero debes responderme. Tienes que hacerlo, deja de dormir, ya despierta.

No hagas caso de lo que dicen afuera, tú estas más que linda que nunca, solo debes quitarte esta extraña ropa y ponerte la que siempre te ha gustado. Hoy te traje las flores que más te gustan y prometo comprarte la muñeca de los rizos dorados y la faldita a cuadritos que vimos hace unos días en el escaparate de aquella avenida. Pero todo esto lo haremos si tú tomas un poco de aire y te pones de pie.

Mis manos tiemblan y mi falta la respiración, no sé lo que me sucede, pero sé que tú no me has dejado, no me has dejado, no me has dejado. No lo harías, teníamos tantos sueños. Tú estás aquí y yo te sacaré. ¿Oyes los golpes a la puerta? Han de ser tus padres, pero eso no importa, yo me quedaré aquí contigo hasta que despiertes y saldremos juntos, como siempre, como siempre y para siempre.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La niña princesa y el bandido (II)

Los días han pasado con sus vientos y sus noches de grillos. Los días han pasado entre estridentes sonidos de silencio a través de las colinas de la ciudad. Los días han pasado entre nostalgias amargas y cigarrillos baratos. Los días han pasado entre mensajes a la distancia y voces tímidas que no se atreven a decir "te quiero".

Todo esto rodea la mente del bandido nocturno y taciturno, todo esto le agobia y le hace moverse sin cesar. No descansa por las noches, voltea la mirada para ver si la niña aun permanece en el balcón de la alcoba de ensueño. El bandido ha quedado solo y melancólico.

La princesa a la que le solía cantar y recitar versos, ha dejado el palacio. Ha viajado lejos, tan lejos donde las lagrimas se congelan. Ha decidido seguir y no seguir. Le ha dicho al bandido, ¿su bandido? que le espere, que pronto volverá y le traerá algo mágico de aquellas tierras y el encantado ladrón acepto tal propuesta a regañadientes, sabiendo que una vez mas se quedaría solo con la soledad, con su fiel compañera de siempre a la que ya no quiere.

No tiene otra opción, solo esperar y esperar, solo contar los segundos mientras mira las estrellas del bosque misterioso de árboles de cementos y esquinas peligrosas. No tiene ninguna opción, pues debe cumplir su destino, el destino que le fue impuesto por algún dios lejano, de esperar a la niña que tiene en el corazón, a la niña que ya empieza a soñar y a la que lleva a todos lados.
Las noches se avecinan y con ellas el frío inclemente de la incertidumbre. Las noches densas cubren el rostro del triste bandido que ansias las horas de volver a la alcoba de la dulce niña tímida y robarle todos los sueños y los suspiros y los latidos. Ansia llenar los días inocentes de su princesa con locas ganas de volar hasta el infinito, con impulsivas ganas de cogerse de la mano y confundirse en un gran beso de mil colores que termine dando color a los ojos del ladrón ilusionado.

Cada minuto se torna en grandes siglos de impaciencia, pero el bandido que ha recorrido muchos bosques y valles, sabe que es mejor esperar y no entrar a ninguna otra alcoba. Es mejor contener la respiración que sentir el aroma de otras flores. Es mejor pensar en esta niña que en otras miradas que siempre le han tentado. El bandido sin saber porque se quedara al pie de la ventana con la esperanza de ser despertado con un beso mágico de la niña de sus versos.


(la historia seguirá su curso)