
Oda a la desesperanza o mil cuchillos en mi voz
Melodías lejanas, golpes crudos. Golpes sin piedad de la esperanza concebida entre los avatares del destino. Gritos desgarrados y galopantes, espadas incrustadas en lo más profundo de la mirada. Sonidos muy alucinantes, tiros en la sien, jóvenes ocultos en la oscuridad de sus propios miedos. Nadie corre, el sonido lejano los ha envuelto, el sonido ajeno los ha acribillado.
Charcos de sangre pusilánime, conjeturas siniestras, chillidos de espanto y la impaciencia de terminar todo, de romper todo, de gritar, gritar, gritar, gritar, gritar… Quiero gritar con voz desgarrada, no quiero más complejos y quiero soñar y mutilarme los deseos indeseables y perniciosos.
Sin experiencia en los experimentos de mi propia existencia que hoy han sido vencidos por los segundos de la ansiedad que atraviesa mi garganta adolorida y sin sabor. Vientos del norte al ritmo relampagueante de las ráfagas de lenguas voraces, asesinen mis ilusiones. ¡Asesínenlas y tírenlas a las fauces de los lobos hambrientos que asechan en los umbrales de mis nostalgias!
Nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada y mil veces la misma rutina escalofriante e hipócrita. Lagrimas de sal, lagrimas de vinagre que laceran mis sentidos. Tus manos heladas ya no consuelan mis pasos. Ahora todo ha quedado atrás, ni los minutos imposibles ni las miradas ocultas podrán decirme a donde debo ir.
Encerrado y azotado una y otra vez, humillado antes y durante el castigo divino que se me ha impuesto. Odio y repugnancia se destila en mi interior, miedo al vacío, entiendo que la frustración se esparce triunfante por mis órganos cercenados, no hay más que decir.
Pendiendo de una cuerda, la sombra que proyecto ya no me asusta, hilos de sangre por mis brazos, navajas afiladas en mi estómago y ruido melancólico que atiborra los rincones de mis entrañas. Incoherencias heredadas de algún verso robado, estrofas perdidas y plegarias paganas acompañan mi andar fúnebre en los suspiros finales.
Este es un canto épico de lo absurdo. El vejamen ha sido perpetrado. El gatillo se ha soltado y hay alguien tendido sobre el suelo con olor a asfalto y podredumbre. Cientos de espasmos invaden los comentarios de quienes ahora se fijan en mí. ¡Mierda! Muy tarde, muy tarde han volteado la mirada que se clava en el suelo a la altura de la herida que supura borbotones rojizos. Mi cuerpo pronto entrará en descomposición inevitable y me reuniré con los rastreros seres que habitan entre nosotros. Ahora grito muy fuerte y nadie me oye, nunca nadie lo hizo.
Melodías lejanas, golpes crudos. Golpes sin piedad de la esperanza concebida entre los avatares del destino. Gritos desgarrados y galopantes, espadas incrustadas en lo más profundo de la mirada. Sonidos muy alucinantes, tiros en la sien, jóvenes ocultos en la oscuridad de sus propios miedos. Nadie corre, el sonido lejano los ha envuelto, el sonido ajeno los ha acribillado.
Charcos de sangre pusilánime, conjeturas siniestras, chillidos de espanto y la impaciencia de terminar todo, de romper todo, de gritar, gritar, gritar, gritar, gritar… Quiero gritar con voz desgarrada, no quiero más complejos y quiero soñar y mutilarme los deseos indeseables y perniciosos.
Sin experiencia en los experimentos de mi propia existencia que hoy han sido vencidos por los segundos de la ansiedad que atraviesa mi garganta adolorida y sin sabor. Vientos del norte al ritmo relampagueante de las ráfagas de lenguas voraces, asesinen mis ilusiones. ¡Asesínenlas y tírenlas a las fauces de los lobos hambrientos que asechan en los umbrales de mis nostalgias!
Nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada y mil veces la misma rutina escalofriante e hipócrita. Lagrimas de sal, lagrimas de vinagre que laceran mis sentidos. Tus manos heladas ya no consuelan mis pasos. Ahora todo ha quedado atrás, ni los minutos imposibles ni las miradas ocultas podrán decirme a donde debo ir.
Encerrado y azotado una y otra vez, humillado antes y durante el castigo divino que se me ha impuesto. Odio y repugnancia se destila en mi interior, miedo al vacío, entiendo que la frustración se esparce triunfante por mis órganos cercenados, no hay más que decir.
Pendiendo de una cuerda, la sombra que proyecto ya no me asusta, hilos de sangre por mis brazos, navajas afiladas en mi estómago y ruido melancólico que atiborra los rincones de mis entrañas. Incoherencias heredadas de algún verso robado, estrofas perdidas y plegarias paganas acompañan mi andar fúnebre en los suspiros finales.
Este es un canto épico de lo absurdo. El vejamen ha sido perpetrado. El gatillo se ha soltado y hay alguien tendido sobre el suelo con olor a asfalto y podredumbre. Cientos de espasmos invaden los comentarios de quienes ahora se fijan en mí. ¡Mierda! Muy tarde, muy tarde han volteado la mirada que se clava en el suelo a la altura de la herida que supura borbotones rojizos. Mi cuerpo pronto entrará en descomposición inevitable y me reuniré con los rastreros seres que habitan entre nosotros. Ahora grito muy fuerte y nadie me oye, nunca nadie lo hizo.

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