miércoles, 29 de octubre de 2008

Una habitación que narra historias


Relato secuencial del otro lado de la barricada... mi dormitorio

Cierro la puerta y el mundo cambia. Cierro la puerta y el aire me transporta a un paraje distinto desolado de seres humanos pero lleno de personajes amorfos y con poco color pegados en la pared.

Corro la cortina de tela blanca y lanzo mi maleta sobre la mesa que sostiene perenne mis libros y cuadernos de todos los días. Al instante me lanzo sobre mi cama y cierro lo ojos para ver todo cuanto me rodea. ¡Otra vez en mi habitación, agridulce habitación!

Empezaré por decir que mi habitación no es la típica adornadita con afiches de grupos musicales del momento o con cuadros de paisajes que no conozco o con un ropero lleno de peluches o con los calcetines tirados por aquí y por allá.

Mi habitación es pequeña, pero acogedora, en la que solo entro yo y los que quieran entrar a echarle un vistazo a lo que hay dentro. Con las paredes pintadas con un tono bajo, casi melancólico. Las mismas que están decoradas indecorosamente con afiches de eventos sociales o culturales a los que asistí alguna vez, o con los rostros en tono gris de personajes que para mi y solo para significan mucho –pueden ser desde poetas, músicos, rebeldes de mil batallas o soñadores de la utopía- que con sus miradas y largas barbas, acompañan los compases de mi andar mental y de las inspiraciones en muchas noches extravagantes en las que me he sumergido.

Mi cama, -¡Ay! Si mi cama hablara, las cosas que contaría- con su plaza y media es mi fiel amiga, que tiene que soportar mis melancolías y mis dulces relatos sobre alguna niña bonita que vea durante mis caminatas en las afueras de mi espacio vital, es decir mi habitación.

Al costado de mi cama, está el velador, pequeño y marrón, con sus cajones y todo lo que lleva cualquier velador. ¿Algo que contar sobre él? Nada importante, más que es el lugar donde guardo por emergencia algunas cartas amorosas o cigarrillos a medio fumar.

Más a la izquierda, está un espacio muy importante, mi pequeña biblioteca. Es el recinto donde habitan mil lugares y mil personajes que componen mis pensamientos. Tantas ideas y tantas cosas que quieren salir de esos libros, que no sé cuantos serán. En realidad no me he puesto a contar la cantidad de libros que me conseguido. Libros comprados, prestado y nunca devueltos, encontrados en cualquier lugar, y hasta robados, pero todos míos, listos a contar mil cosas a quien quiera leerlas.

¿El techo? Como cualquier techo, sin más ni más, con algunas manchitas que mejor no las cito.

Tengo una gran ventana hacia la calle, a la que casi nunca me asomo, pues prefiero echarme en la cama a leer algún periódico, algún libro o lo que sea.

Sinceramente el lugar que más me agrada de mi habitación es mi cama, la que me acompaña en mil batallas y sabe consolarme cuando he tenido un día largo y penoso. Mi cama es el lugar preciso para soñar y para cantar, para dormir despierto y reír a carcajadas pensando en el amor y el placer de vivir en este pedacito de mi casa, esa es mi cama y me gusta pasar mucho rato allí. ¿Vienes?

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