Lima, 30 de julio del 2008
Podría iniciar esta carta con la clásica “esperando que al leer esta carta te encuentres bien de salud”, pero ya me conoces, mami. Sabes de mi informalidad para hablarte y escribirte.
Pero bueno, he de contarte que aquí todo marcha como siempre. Tus vestidos están donde deben estar, donde usted las dejó, las flores del jardín palidecen pero están allí y hasta los libros de mi habitación que ordenaste por última vez, siguen igual (quizás sea que las ganas de leer se desvanecen).
Y tus fotos, tu aroma, el sonido de tu voz por las mañanas muy temprano en el desayuno del jugo de naranja y los panes calientes y por las noches al llegar a casa cuando me recordabas el platito caliente .
¿Recuerdas las pláticas que solíamos tener? A veces en mi habitación, a veces en la cocina, en la azotea, al subir las escaleras, al sentarnos en el sillón, en la puerta, en la ventana o donde sea. ¿Recuerdas las tantas cosas que nos contamos? ¿Y como aprendimos a ser amigos? ¿Qué difícil no mami? Yo, un muchacho con todas las ansias de querer más y el ímpetu desbocado por la edad y usted apacible, firme, justa y sublime. Vaya recuerdos mami, vaya recuerdos…
Por otro lado, he de contarte que hace dos días una terrible gripe me tumbó a la cama y ¿sabes?, quise dejarme en ese estado. Quise no hacer nada y esperar a que los 40 grados hagan mella en mi. Creo que la nostalgia me empujaba a ello. Pero luego vinieron a mi, tus palabras dulces y fuertes que me alentaron a cuidar de mí mismo, fue algo mágico y aunque no creo en esas cosas, te confieso que pude oír tu voz y no dudé en seguir a pie juntillas, cada pauta de tus remedios maternales y heme aquí, con la mirada adelante, una vez más.
Ahora bien, podría contarte como me va en las clases y en el trabajo, pero estoy seguro que ya has de saberlo. Has de saber las cosas que hago y que no hago. Seguro que sabes de mis pasos y mis miradas, de mis triunfos y caídas. Sabes de mis risas y mis miedos. Nunca hizo falta que yo te las dijera. Es más, antes que yo mismo lo supiera, usted ya lo sabía.
¿Sabes? Atrás quedaron los días tétricos de dolor constante. De apatía absoluta, de llanto incontrolado y de pavor al día siguiente. Hoy camino seguro –eso creo- en medio de las muchedumbres que golpean mis hombros al pasar. ¿Papá? El anda triste y arrastrando los pies. Aunque no me lo diga, sé que te extraña mucho, igual que yo. Sé que si pudiera hacerlo, correría a pedirte mil perdones y mil besos te daría y sé que los recibirías. Pero prometo reconfortarlo cada día, cuenta con eso mami.
Podría preguntarte por tu salud, como se suele preguntar al inicio de una carta como esta, pero no, no lo haré. No solo por mi informalidad, sino porque tú ya estás por encima de toda salud y toda vida. Ya lo simple de una vida mortal no te alcanza ni te toca. Las preguntas sobran y las palabras quizás. Una mirada clava, una mirada de esperanza y ternura, puede cubrir esos vacíos. Ahora usted está en el infinito.
No he de preguntarte nada de nada. No tiene sentido hacerlo aquí en medio del silencio ensordecedor y absorbente, además ya es tarde y el frío se asoma tras las paredes lúgubres. Así que dejaré esta carta tan simple como los instantes en la vida. La dejaré donde ahora yaces, postrada inerte bajo el concreto indescriptible. Dejaré mi corazón en este papel mezclado con estas líneas, para que usted la lea cuando guste y me responda en silencio, como hasta hoy lo ha hecho, en cada sueño, en cada suspiro de media noche, en cada recuerdo imborrable al amanecer y al andar. Seguro que lo harás.
Donde quiera que estés, hasta pronto, mami.
Podría iniciar esta carta con la clásica “esperando que al leer esta carta te encuentres bien de salud”, pero ya me conoces, mami. Sabes de mi informalidad para hablarte y escribirte.
Pero bueno, he de contarte que aquí todo marcha como siempre. Tus vestidos están donde deben estar, donde usted las dejó, las flores del jardín palidecen pero están allí y hasta los libros de mi habitación que ordenaste por última vez, siguen igual (quizás sea que las ganas de leer se desvanecen).
Y tus fotos, tu aroma, el sonido de tu voz por las mañanas muy temprano en el desayuno del jugo de naranja y los panes calientes y por las noches al llegar a casa cuando me recordabas el platito caliente .
¿Recuerdas las pláticas que solíamos tener? A veces en mi habitación, a veces en la cocina, en la azotea, al subir las escaleras, al sentarnos en el sillón, en la puerta, en la ventana o donde sea. ¿Recuerdas las tantas cosas que nos contamos? ¿Y como aprendimos a ser amigos? ¿Qué difícil no mami? Yo, un muchacho con todas las ansias de querer más y el ímpetu desbocado por la edad y usted apacible, firme, justa y sublime. Vaya recuerdos mami, vaya recuerdos…
Por otro lado, he de contarte que hace dos días una terrible gripe me tumbó a la cama y ¿sabes?, quise dejarme en ese estado. Quise no hacer nada y esperar a que los 40 grados hagan mella en mi. Creo que la nostalgia me empujaba a ello. Pero luego vinieron a mi, tus palabras dulces y fuertes que me alentaron a cuidar de mí mismo, fue algo mágico y aunque no creo en esas cosas, te confieso que pude oír tu voz y no dudé en seguir a pie juntillas, cada pauta de tus remedios maternales y heme aquí, con la mirada adelante, una vez más.
Ahora bien, podría contarte como me va en las clases y en el trabajo, pero estoy seguro que ya has de saberlo. Has de saber las cosas que hago y que no hago. Seguro que sabes de mis pasos y mis miradas, de mis triunfos y caídas. Sabes de mis risas y mis miedos. Nunca hizo falta que yo te las dijera. Es más, antes que yo mismo lo supiera, usted ya lo sabía.
¿Sabes? Atrás quedaron los días tétricos de dolor constante. De apatía absoluta, de llanto incontrolado y de pavor al día siguiente. Hoy camino seguro –eso creo- en medio de las muchedumbres que golpean mis hombros al pasar. ¿Papá? El anda triste y arrastrando los pies. Aunque no me lo diga, sé que te extraña mucho, igual que yo. Sé que si pudiera hacerlo, correría a pedirte mil perdones y mil besos te daría y sé que los recibirías. Pero prometo reconfortarlo cada día, cuenta con eso mami.
Podría preguntarte por tu salud, como se suele preguntar al inicio de una carta como esta, pero no, no lo haré. No solo por mi informalidad, sino porque tú ya estás por encima de toda salud y toda vida. Ya lo simple de una vida mortal no te alcanza ni te toca. Las preguntas sobran y las palabras quizás. Una mirada clava, una mirada de esperanza y ternura, puede cubrir esos vacíos. Ahora usted está en el infinito.
No he de preguntarte nada de nada. No tiene sentido hacerlo aquí en medio del silencio ensordecedor y absorbente, además ya es tarde y el frío se asoma tras las paredes lúgubres. Así que dejaré esta carta tan simple como los instantes en la vida. La dejaré donde ahora yaces, postrada inerte bajo el concreto indescriptible. Dejaré mi corazón en este papel mezclado con estas líneas, para que usted la lea cuando guste y me responda en silencio, como hasta hoy lo ha hecho, en cada sueño, en cada suspiro de media noche, en cada recuerdo imborrable al amanecer y al andar. Seguro que lo harás.
Donde quiera que estés, hasta pronto, mami.
Tu hijo, Franz.

2 comentarios:
wOPw!! franz eres lo maximo eh!!!
zoy wendy
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