
Alguna vez, por el internet, en una de esas tantas conversaciones on line que solía tener, una persona equis, en una circunstancia equis, dijo que yo era alguien “poco común y nada corriente”, en respuesta a mi propia apreciación al considerarme alguien “común y corriente”.
Esta frase quedó en algún recoveco de mi mente y resonó por días y días. ¿Sería cierto, aquello que de ser poco común? ¿Alguien como yo, con melancolías y miedos como el resto, merecería un calificativo así? ¿Debo sentirme elogiado o burlado? No lo sé, el caso es que a partir de aquel día, hice miles de recuentos sobre mi pasado. Miles de segundos sobre mi cama, en meditación profunda sobre quien era y a donde iba, sin duda Sartre estaba tomando posesión de mis dudas existenciales.
En fin, todo esto me llevó a hacerme un diagnostico breve pero minucioso. ¿Quién es Franz? –me pregunté- y la respuesta fue poco alentadora, en comparación a lo que querían que fuera.
El calendario marcaba un cinco de abril –durante el primer gobierno aprista- cuando un llanto desacompasado rompía la angustia de la sala donde nací. Allí comenzaba mi historia.
De pequeño conocí muchos rostros y voces. Figuras enormes dentro de sotanas o hábitos que inspiraban temor. Figuras tenues o consejos duraderos, fueron llenando mis día a día.
Estuve atrapado once años dentro de (j)aulas de concreto, decorados agriamente con símbolos patrios o corazones de Jesús. Con mapas del Perú y demás, referente a algún curso.
Casi siempre andaba en problemas, pero que no se me tome como un pilluelo, presto a hacer fechorías, sino como un niño soñando con algo más, fuera del alcance de los límites de lo cotidiano.
Fui entrando a las sendas de las letras y los versos. Mi gusto y placer por la lectura fue creciendo casi sin darme cuenta de ello. Los concursos de creación literaria, narrativa, poesía y declamación que alguna vez gané, puedan dar fe de ello.
A pesar de andar inmerso en las rimas y los sonetos mal hechos y de parecer un soñador sin tiempo y sin color, no huía a “las cosas de hombres”, el futbol, los tragos, las niñas lindas y hasta las broncas, fueron parte de mi vida.
Confieso que he vivido muchos trozos de vidas que quizás no sean las mías. Confieso que he deseado correr más rápido de los que mi propio cuerpo podía resistir y de hecho lo hice. Confieso que me empinaba para resaltar en la vida y que siempre quise aprender más de un tema, para así poder entablar charlas nocturnas con alguno de los bohemios amigos que aún conservo.
Confieso, así mismo, que rompí con tantas cadenas que laceraban mi piel, por el solo hecho de mostrar irreverencia a lo establecido, a los dioses del Olimpo del dogma. ¡Ah Prometeo, si que te entendía!
Al tiempo que iba creciendo, mis dudas también lo hacían. Mis miedos y mis ganas de conocerlo todo avanzaban a pasos agigantados, la curiosidad por develar el misterio que se escondía tras las cortinas, me turbaban la mente. Sin embargo, pude sobrevivir y sonreír. Gracias a mi madre, sin duda.
Tras largos tiempo de soledad y naufragios por costas del silencio, puede llegar a tierra firme, con nuevos bríos y aires de esperanza. Comprendí lo que es el amor y la libertad. La paciencia hacia la angustia, la calma en el tormento y preferí el beso antes que el puño y la rosa antes que la bala o el libro antes que la televisión.
En tanto, mis viejos amigos, la calle, algunos cigarrillos, el rock and roll y el punk rock, los versos de Boudelaire o Vallejo, el jirón Quilca y los dardos certeros de González Prada y el pisco o el vino, siguieron siendo mis aliados a toda costa.
Pero en estos nuevos bríos, me empapé de Bakunin y de Verne, de historia y de justicia. Me llené de miradas de dolor y voces de clamor. Me llené de rabia ante la indiferencia y la apatía, frente a lo parco de la vida desde la ventana.
Decidí por ello, estudiar periodismo, con la clara misión de enfilar mi pluma y lo que sea, en pro de alguna causa no perdida y de alguna batalla por las utopías posibles. Aceleré con esto, mis conocimientos sobre las técnicas de información y descubrí el mundo tras la pantalla, el camino antes de la foto y el sueño antes de la letra impresa.
Pude conseguir un trabajo en un diario local, sin acabar mi carrera y siento que es una tribuna desde la cual poder enrolarme en la brecha de la verdad y la información. Con la premura de hacer un trabajo agradable a la vista del lector y tejiendo poco a poco los nudos que componen esta carrera, que sin temor a equivocarme, es la más temeraria de todas.
Ahora, aquí me tienen, tratando de terminar estas partes de mi vida, con la firme convicción de que cuando venga algo nuevo para mí, lo enfrentaré con los puños cerrados –de ser el caso- con la mirada clavada en el horizonte y con los labios listos para cantar los cantares del nuevo mañana que ya se aproxima.

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