miércoles, 29 de octubre de 2008

Siluetas a través de las colinas


A mover los pies... a go go

Cuando trato de recordar alguna fiesta inolvidable solo consigo traer a mi mente algún estribillo de Me colé en tu fiesta de Mecano, que tantas veces la he tarareado y hasta bailado con amigos amantes del buen pop español de los 80´s.

Luces de colores y humo por todas parte. Música del momento que consiga mover los pies de los asistentes. Trajes elegantemente ridículos que se mezclan con los olores y sabores de los tantos rostros que inundan una fiesta cualquiera.

Bocaditos y gelatinas en las mesas, no han de faltar. Otros prefieren simplemente piqueos y los platos de fondo. A las diez de la noches ves la comida sobre la mesa, vas al baño a tomar valor para sacar a la chica del frente que no ha parado de mirarte, vuelves, pero antes una galletita para endulzarse y ya no hay nada. ¿Será la música, el ambiente o el hambre que nuestro país afronta, lo que empuja a los invitados a devorar las mesas decoradas y ordenadas?

Las típicas fiestas con niños de un lado y niñas del otro, con los grupitos murmurando algún detalle de la faldita de Rosa o de la camisa de Jorge, del escote exagerado – ¡Pero que descarada!- de Inés o de lo apretadito que le queda el jean a Susana, son sinceramente aburridas y monótonas.

Si yo pudiera organizar una fiesta, lo haría en algún bosque encantado al estilo irlandés, con duendes, hadas y ninfas incluido. Con cientos de gaitas y flautas, con guirnaldas de su a norte y con una la Gran Orquesta del Pueblo (la del burro, el perro, el gato y el gallo) amenizando la reunión toda la noche.

Las mujeres tendrían que ir con suaves blusas de seda del color que prefieran, con los cabellos al viento y coronas de laureles. Mientras que los hombres asistirían con trajes medievales o confeccionados de algún material encantado que solo puede encontrarse en la colina del valle azul.

Habría enormes barriles de vino, para ser bebido en garrafas sin cesar. Habría docenas de miles de invitados de todos los lugares del mundo, pero no de este mundo, sino de otros más imaginariamente reales. Embriagados de éxtasis, sumergidos en parajes de ensueño.

Si pudiera organizar una fiesta, sería entre castillos tenebrosos con dragones incluidos. Sería bajo la luz de la luna llena, que cobijaría en su seno a todos los danzarines que en nombre de Baco entonaríamos cantos homéricos hasta el amanecer.

Seriamos la larga legión de Pan que enamoraría a todas las flores silvestres del campo. Seriamos las espadas desenvainadas listas al combate contra los sinsabores de la rutina. Seriamos los miembros de la corte que bailan desnudos mezclando nuestros cuerpos en rituales paganos de apareamiento y de placer creador.

No habría ni Coca Cola, ni papas fritas, ni Dady Yanqui. No habría estridencias monocordes que acribillen nuestros sentidos. No habría no puerta de entrada ni de salida. No habría baño de hombres y mujeres por separado, no habría nada de eso.

“Mucha niña mona, pero ninguna sola, luces de colores; la pasaré bien”, diría Ana Torroja y desde luego esto también habría en mi fiesta inolvidable. Muchas niñas monísimas, lindas de cabellos rizados, lindas de cuerpos libres al viento, lindas, tan lindas como el crepúsculo del amanecer. ¡Vaya fiesta!

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