
Crónica de un lugar al que no volveré más
Creo que aún tenía 15 años cuando pasó. Era una de las tantas noches de perdición y sano desenfreno, que iba tras una botella barata en el centro de Lima. Iba tras las hordas de seres amorfos que poblaban las callejuelas fétidas, entre grafitis y bolsas de basura en el suelo, entre cigarros a la mitad y mil historias oídas y contadas entre los despojos que íbamos caminando por cualquier lugar.
Fue entonces cuando la conocí, una noche fría y sin estrellas –nada de romanticismos superfluos- y la vista casi nublada por el sueño y los efectos del alcohol.
Sutil, delegada, tiernamente agresiva, con sus palabras soeces y su sonrisa desbordante. A todas luces mucho mayor que yo y por ende con muchas más cosas en la mente…y no solo en la mente.
Se acopló al grupo de sobrevivientes a esa hora y compartió nuestras humildes ofrendas. ¿Como llegó hasta nosotros?, no lo sé y creo que ya no importa.
Cuando ya había terminado todo (trago, dinero y opciones para “afanar a la única chica del grupo”) decidimos entre todos, que ya era hora de retornar a casa, antes que el sol quemara nuestros endemoniados cuerpos.
Pero ella, dejó a todos atrás y me cogió del brazo, para decirme que nos fuéramos juntos en la combi de las cuatro de la madrugada.
Accedí y fuimos en la parte trasera del carro. Allí, ella me explicó porqué decidió despedirse de todos y quedarse conmigo. Por primera vez en mi vida, una chica mayor me decía tantas cosas, entre dulces que en verdad endulzan y otras, propias de una mujer que sabe a donde va y que quiere; y ella si que quería conmigo.
Llegamos a su departamento, media hora después y subimos a su habitación. Pequeña, a media luz y con Radio Head en el fondo musical. Con una cama tersa y sin ser arreglada hace ya varios días.
Prende un cigarro –me dijo, y lo hice-, para luego abrazarme y besarme con tantas fuerzas que ya perdía el conocimiento, pero me gustaba. Al instante se desnudó frente a mí y se puso un largo camisón blanco. Que extraño –pensé- , luego me pidió que se lo quitara y sonreí sonrojado.
Recuerdo que sus paredes eran blancas como su nombre, recuerdo que tenía tantas revistas y discos tirados por el suelo, recuerdo que no sabía que hacer ni que decir. ¿Tendría que decirle que era mi primera vez? ¿Y si ella se da cuenta y se burla de mí? ¡Carajo, soy un hombre y los hombres hacen lo que tienen que hacer, sin miedos! –pensaba y pensaba, mientras ella fumaba algo que no sé que era-, que difícil y que alucinante.
Siento mucha vergüenza cuando recuerdo que rompí un vaso de su velador, por moverme mucho, pues no sabía que movimientos hacer. Claro que ella no se molestó.
Recuerdo también, la vieja alfombra que se extendía debajo de la cama y recuerdo las tres frazadas que cubrían su cuerpo desnudo y el mío.
Recuerdo el techo vacío y mudo que observé luego de recorrer sus entradas y salidas, sus desvíos y sus curvas, sus lugares peligrosos y sus lados amables, sus altas y bajas, sus sonidos leves y fuertes, sus gritos desorbitantes y sus labios, por supuesto.
Cuando el reloj dio las siete de la mañana, cogí mis cosas y me despedí de ella con un beso, que para mi fue sincero. Prometí volver por mi dama en cuanto pueda y se lo dije. Le dije que esperara, que yo la quería y que sería ella quien acompañe mi vida en adelante. Ella solo sonreía y mojaba mis labios sedientos.
Fui a casa extasiado, con ganas de más de ella y más de todo. No importó lo que se avecinaba al llegar y ver el rostro furioso de mamá y papá.
Recuerdo que esa misma tarde, tras una larga mañana de pensar en su habitación que al compás de Creed o Karma Police, iban sucediéndose imagen tras imagen,en mi aturdida mente, fui a buscarla. Llegué a donde sabía que estaría, fui a su casa y espere horas de horas, volví a los dos días y a la semana y un mes tras otros, esperaba al frente de su puerta. Nunca más la vi, no sé porque. Luego de un año nos cruzamos. Hola Franz –me dijo y nada más- y yo quedé en silencio, hasta hoy.

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